«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 24 de octubre de 2009

Begoña Aranguren, periodista y escritora: “La ficción ofrece la posibilidad de vivir más veces”


Herme Cerezo/SIGLO XXI, 28/07/08

Ya no fuma, hace tres años que lo dejó y "a pesar de que un cigarrillo hace mucha compañía" no lo echa de menos. Begoña Aranguren es famosa por muchas cosas: por sus libros ‘El fuego que no quema’, ‘La mujer en la sombra’, ‘Memorias’, ‘Enmanuela Dampierre’ y Alta sociedad’, que oscilan entre el periodismo, el ensayo y la biografía; por ser la conductora de ‘Epílogo’, un programa de entrevistas que se emiten después de que el protagonista haya fallecido; por su participación en el programa de Julia Otero para Onda cero y, ahora, porque ha saltado la barrera, disculpen el símil taurino, para adentrarse en el albero de la ficción y publicar ‘Toda una vida’, su primera novela. Begoña que, por unos minutos pasa de entrevistadora a entrevistada, se presta a mis preguntas de modo distendido, con la sonrisa permanentemente escrita en su rostro y con ganas de hablar para los lectores de SIGLO XXI de su nueva aventura literaria.

Begoña, ¿la gente se deja entrevistar con facilidad?
En general, sí. La gente se abre, cuenta cosas de mucho interés e incluso utiliza el humor en sus respuestas. Tal vez sea porque he sabido escoger a las personas o, simplemente, porque he tenido suerte.

¿Mienten sus entrevistados?
En algunos casos sí y se les nota en seguida. En cuanto ponen un pie en el plató ya sabes si van a mentir o no. Los mentirosos no son muchos, son ésos que, al día siguiente y como ellos mismos no se atreven a hacerlo, le dicen a su secretaria que llame al programa para que suprimamos alguna pregunta que les incomoda. Cuando eso ocurre, te entran ganas de decirle: "usted es un bragas".

¿Te sientes especialmente satisfecha de alguna de tus entrevistas?
No podría citar sólo una, sino varias. Si hablamos de ‘Epílogo’ me gustaron mucho las de José Agustín Goytisolo, la de Ignacio Luca de Tena, la de Buero Vallejo, la de Gonzalo Torrente Ballester, gente realmente impresionante.

Comenzaste como columnista, ¿de qué escribías en una columna de opinión en la época de Franco’
De pocas cosas (risas), de muy pocas, aunque creo que ya había muerto cuando comencé a escribir esa columna. Viviendo Franco, lo primero que escribí fue poesía y la publicaba en el Diario del Lunes de Bilbao. Y así como en la cosa más importante de la vida, que para mí es el amor, no he tenido fortuna, en el periodismo y en la escritura siempre tuve mucha suerte porque conocí grandes maestros que me arroparon. En aquellos años yo vivía en Washington, porque mi padre era agregado industrial de la embajada española, y allí coincidí con Miguel Delibes, que trabajaba de profesor en una universidad norteamericana. Delibes venía a cenar a nuestra casa con frecuencia y me animaba a escribir.

El periodismo era entonces un medio absolutamente dominado por los hombres, ¿tus compañeros te apoyaron o te hicieron el vacío?
Yo comencé a escribir algunos artículos en ‘Telva’, pero a mí me interesaba el estudio del ser humano. Iba a poner en marcha un proyecto en un periódico de Bilbao, pero al final la cosa no llegó a buen puerto. Entonces les expuse aquel mismo proyecto a Deia, preguntándoles si su interés terminaba al pasar Orduña o no. Me dijeron que en absoluto. A partir de ese momento disfruté muchísimo porque entrevistaba a quien me daba la gana. En Deia se portaron estupendamente conmigo, con una enorme generosidad. Fue una experiencia verdaderamente impresionante.

¿Estaba bien remunerado el periodismo entonces? ¿Lo está actualmente?
La verdad es que hablar de dinero parece una ordinariez. Pero lo cierto es que es algo muy importante. Pregunté en Deia cuánto iba a ganar y me respondieron que no mucho, pero que para comprarme un libro sí me llegaría. Les respondí que para comprarme un libro ya tenía dinero y entonces me propusieron que yo misma fijase mi propio sueldo. Con ello quiero decir que esta profesión es un mundo de trapicheos que da vergüenza. ¡Cuánto juegan los demás con la buena voluntad de uno! Y eso es acumulativo, hasta tal punto que en los diarios se creen que la gente que escribe es gilipollas.

Después de ejercer en prensa, radio y televisión, ¿por qué ahora una novela? ¿Qué le aporta la ficción a Begoña Aranguren?
La ficción me parece una cosa fascinante, con una responsabilidad inmensa. Lo digo en el libro: la osadía de reinterpretar conversaciones y comportamientos de Alberti y los demás de la Generación del 27, es algo enorme y, fundamentalmente, ofrece la posibilidad de vivir más veces. Considero que la vida es muy corta y cada nuevo día lo tendríamos que saludar con pirotecnia, que es como celebráis las cosas importantes en Valencia.

¿Toda una vida no era un bolero de Antonio Machín?
No, no, era de Osvaldo Farrés que también era cubano. Y no sólo la ha cantado Machín, también la interpretaron María Dolores Pradera o Los Panchos. ‘Toda una vida’ es un homenaje que pretendo rendir a todas las mujeres precursoras que soportaron palos, insultos, desdenes y, sobre todo la envidia de las demás, por hacer lo que querían con sus vidas. Luego llegaron otras para hacer lo mismo, pero con el camino ya abierto. ‘Toda una vida’ es también un reconocimiento enorme a don Carlos Morla, embajador de Chile en España, en la época del final de la monarquía de Alfonso XIII y el advenimiento de la II República. Supe de su existencia a través de un libro que hablaba sobre su persona. Me enteré de que aún vivía en Madrid y tuve la suerte de conocerlo personalmente en el ocaso de su vida. Ahora, cuarenta años después de su muerte, se le considera, ¡cómo no!, el catalizador de la Generación del 27. Y lo fue por dos razones: porque buscaba la psique, la inteligencia, el alma, el intelecto de la otra persona y porque no tenía nunca en cuenta la ideología ni el estrato social.

¿Por qué te interesa tanto ese periodo de la Historia de España?
Es que de la Guerra Civil se ha escrito tanto, tan bien y tan mal, que yo qué iba a aportar de nuevo. No sé si es porque mi abuelo era republicano o porque me imagino que la gente se sintió libre entonces. Quizá sea porque creo que todo ser humano, en algún momento, tiene derecho a creerse ese espejismo de la libertad. En ese preciso instante es cuando se te esponja el alma y el que escribe regular acaba siendo un gran poeta y el que pinta regular deviene en un Dalí.

¿Qué tiene Inés de Begoña Aranguren?
(Risas) A mí me parece que Inés Peñalver es mucho mejor que Begoña Aranguren, porque yo soy muy autocrítica, pero resulta muy difícil sustraerse y tomar distancia del personaje. Ese tópico de que el personaje eres tú, pues realmente ocurre.

Para una mujer, en principio ingenua, como Inés, escoger el camino que eligió y tirar hacia delante debió de ser muy difícil, ¿no?
Totalmente. Ése es el homenaje a esta mujer precursora y a otras tantas mujeres anónimas a las que, en una sociedad basada en la hipocresía, la doble moral y los matrimonios pactados, les decían que hiciesen como todo el mundo: tú tienes tus amantes, yo los míos y ya está. Eso ya se hacía así entonces, aunque la gente crea que lo del sexo y los hijos se ha descubierto anteayer. Inés no quiso vivir esa doble moral y se encontró con que todo su medio social y familiar le daban la espalda.

Los maridos, cuando su esposa los plantaba, ¿en qué lugar quedaban desde el punto de vista social?
Quedaban fatal. El marido de Inés en la novela lo lleva como puede. Que te dejase una mujer en aquellos años era muy fuerte para un hombre, muy duro.

Luego, Inés descubre un mundo distinto, para ella es como abrir una ventana...
Claro, yo digo que a través de Carlos Morla, Inés pasa de un mundo frívolo y absurdo, el de los cortesanos, de la beneficencia y de las recepciones, a un mundo intelectual de gente creativa, la España donde no se duerme por tanto compartir ideas y opiniones. Aquellas gentes, por un momento, se creyeron libres, sin sospechar lo que les esperaba.

En ‘Toda una vida’, al hablar de un valenciano dices: "... y puedes acabar almorzando junto a un grande de España valenciano y pesado hasta límites insospechados...", ¿nos veis así fuera de nuestra tierra?
Perdón, perdón, perdón, no sé por qué se me ocurrió. Ellas pasaban todo el día en palacio y les caían unos plastas tremendos, difíciles de torear, y entonces pensé en un pelmazo de estos que invertía su tiempo en hablar de los cítricos. Me imaginé a una pobre señora rogando para ver si alguien le quitaba al tipo este de encima.

Antes de finalizar, llegó el turno de las preguntas inevitables: háblame de tu tío, José Luis López Aranguren.
No tengo palabras. Estaría toda la tarde hablando de mi tío. Mantuve una relación muy estrecha con él. Decía que yo representaba sus raíces maternas. Al morir mi padre, se comportó como mi segundo padre, el padre ideal pero que nadie deberíamos tener porque no conviene, aunque a todas nos guste que sea así, el padre complaciente, que te hace caso, que ríe todas tus gracias, que le parece fascinante todo lo que dices. Idolatraba a mi tío José Luis.

Y ¿cómo era José Luis de Villalonga?
Fue un hombre muy importante para mí. Lo quise muchísimo. Sé que daba una imagen de prepotente y que por eso se le tenía mucha manía. Pero era un hombre muy tierno y con una deficiencia emocional muy grande, porque soportó una madre que le decía no te acerques que me manchas y un padre que pintaba poco.

¿Qué aportó José Luis de Villalonga en la vida de Begoña Aranguren desde el punto de vista del escritor?
Como escritor creo que fue muy brillante, autodidacta, porque él venía de un mundo bárbaro. Su labor tenía mucho mérito y en sus últimos años se revistió de una gran ironía. José Luis no era malo de natural, lo hacía para dar la nota. Intentaba ser el niño travieso de una casa bien y eso no se puede hacer con ochenta y dos años. Escribimos un libro juntos, ‘El fuego que no quema’, y me enseñó muchas cosas. Me quiso mucho y eso ahora molesta. Por eso no estoy ni separada ni divorciada. Él no quería. Soy su viuda.