«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 23 de mayo de 2011

Eduardo Mendicutti, escritor: “Escogí la voz de Mae West porque era la más descarada de las tres”

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 23/05/2011

A Felipe Bonasera, diplomático y ventrílocuo amateur, le diagnostican una preocupante enfermedad. Por ello decide descansar durante unos días en una lujosa urbanización junto al mar. En Madrid se quedan sus muñecas parlantes, Mae West, Marilyn Monroe y Marlene Dietrich, pero la voz de Mae West no le abandona. Felipe bautiza entonces la hasta ahora bulliciosa parte de su cuerpo que ha enfermado con el nombre de la deslenguada actriz, y con ella, para vencer el desánimo, mantendrá sin cesar diálogos hilarantes. A esta confrontación dialéctica pronto se unirá la desaparición del marido de una vecina, Pilar Meneses. Con ella y su guapo hijo, Bonasera vivirá una historia digna del cine de los mejores años de Hollywood. Con el telón de fondo de la selección española cosechando triunfos en el Mundial de Sudáfrica, veremos aparecer una completa galería de personajes entre los que destacan Carmeli, Leoncio, André y el reportero Paco Luna, que en sus floridos artículos va informando del misterioso «caso Meneses». Esta es la sinopsis de ‘Mae West y yo’, la última novela del escritor Eduardo Mendicutti (Sanlúcar de Barrameda, Cádiz, 1948), editada recientemente por Tusquets Editores. A eso de las cinco de la tarde, unas horas después de que el Madrid y el Barça se despellejaran en cuatro ocasiones, dentro y fuera del rectángulo de juego, ante los ojos de toda España, pude charlar con el escritor gaditano sobre algunos pormenores de su libro.

Eduardo, ¿cuál fue la primera imagen que te llevó a escribir ‘Mae West y yo’?
Creo que más que una imagen fue una experiencia. Empecé la novela con el propósito de tratar del reencuentro con esos vínculos que uno pierde a lo largo de la vida. Ya tenía decidido que el protagonista sería un diplomático cuando sobrevino la experiencia de la enfermedad, que me obligó a rehacerla completamente. Si a uno le dicen que padece una enfermedad grave, seria y preocupante, se desordena, se repliega en sí mismo y parece que todos sus vínculos se rompen. Después, al recobrar el control, por la razón que sea, recupera esos vínculos. Realmente, creo que fue el texto quien me recuperó a mí, gracias especialmente a la visión de Mae West, manejada por una mano invisible y dándole réplica al protagonista con sus palabras y apoyándole para que pudiera levantar la moral. Ese fue el fogonazo que determinó la definitiva escritura de la novela.

¿Esta obra guarda relación con alguno de tus libros anteriores?
Sí, tiene que ver con ‘El palomo cojo’, una de mis primeras novelas, en la que a un niño enfermo lo dejan en casa de los abuelos para que se recupere. Y justamente allí es donde comenzará a descubrir el mundo. En este caso había que darle la vuelta, se trataba de una persona adulta que sufre una enfermedad y rememora todo lo que ha vivido. Es el mismo proceso pero en dirección contraria. El objetivo era recuperar esa parte de la memoria, esas referencias que con el paso del tiempo se pierden.

‘Mae West y yo’ incluye una cita de James Joyce: “La única pregunta que importa acerca de un libro es a qué profundidad en el alma de quien escribe se ha originado”. ¿En qué lugar de tu alma se ha gestado esta historia?
Parece a veces que ciertas obras, de aspecto más leve, no están enraizadas en quien las escribe. Y creo que si se escribe de verdad, por ligera que pueda ser la novela, todas responden a cuestiones personales íntimas. En mi caso es la memoria y algo que siempre me ha preocupado que es mi identidad, que procede de lo que fuimos, de la niñez, del descubrimiento del mundo. También intervienen una situación de quebranto, en este caso de la salud, que posee la extraña capacidad de aislarte, y la necesidad de reencontrarte a la que aludía antes.

La soledad también aparece en la novela, ¿te preocupa?
La soledad es una cuestión básica en la experiencia humana, incluso hay que saber disfrutarla. La soledad mala es la que tú no controlas, la que te supone una castración afectiva, sentimental, social, pero la soledad en sí no es mala. En la novela yo quería resaltar el enfrentamiento del personaje consigo mismo y que su pasado fuese lo más definido posible. De hecho, intenté que su ámbito familiar fuera despegado para que, al buscar refugio en él, el protagonista descubriera claramente la necesidad de reencontrarse, de revivir el pasado.

El libro es una especie de espejo: las mismas situaciones se reflejan en Felipe, el protagonista, y en la voz de Mae West.
Eso ocurre sobre todo al principio, donde los mismos hechos son narrados desde dos puntos de vista distintos. Después se alternan e incluso los personajes se fusionan y solapan, hasta tal punto que cada uno llega a decir lo que le corresponde al contrario. Se trata de un desdoblamiento porque creo que todos tenemos esa doble voz, que asfixiamos y a la que hay que darle aire de vez en cuando, porque nos permite conocernos mejor a nosotros mismos.

De las tres voces femeninas que podrías haber escogido, Marlene Dietrich, Marilyn Monroe o Mae West, te quedas con ésta última, ¿por qué con ella precisamente?
En principio, no lo sé muy bien [sonríe]. Apareció de pronto y si me pongo a reflexionar, pienso que la escogí a ella porque es la más descarada. En una novela corporal como ésta, la recuperación de la alegría y del estímulo del cuerpo está representada por la voz de Mae West. Es un registro tan provocativo y sexual que venía muy bien para recuperar la carnalidad del personaje como algo estimulante y lleno de vitalidad. Por eso seguramente se impuso a las otras dos. La de Marlene Dietrich hubiera resultado más ácida y la de Marylin más candorosa e ingenua.

Mae West comenzó su carrera en el cine mudo.
Sí, pero luego se hizo famosa no precisamente por ser muda, sino deslenguada [risas].

La novela adopta mayoritariamente un tono humorístico, ¿el humor es tu herramienta de vida diaria?
Yo creo que el humor me sale de modo natural porque está en mi vida. Es buenísimo para sobrellevar el día a día. En literatura es un registro tremendamente rico, con enormes posibilidades, aunque también puede ser peligroso y ha de estar bien controlado para alcanzar el objetivo deseado. Con el humor se puede ser afectivo, desafiante, solidario, corrosivo, educado... El humor, como fórmula pudorosa, me interesa bastante porque puedo hablarle a alguien de calamidades sin presionarle psicológicamente. El humor impide las situaciones demasiado duras, es un signo de respeto hacia los demás y de buena educación. Incluso, para uno mismo resulta indispensable, porque es compasivo y te arropa en los momentos más delicados.

Además de en el título, ‘Mae West y yo’ está llena de referencias cinematográficas: Jimmy Stewart, Lana Turner, Cary Grant... ¿Te gusta mucho el cine norteamericano?
Me gusta mucho el cine. En este caso es el norteamericano porque Mae West es quien habla, la que controla y la mayoría de referencias son suyas. Es el cine de una época que fue muy importante, porque uno aprendía cómo era la vida fuera de la dictadura, que prohibía el acceso a la cultura a través de los libros. Con el cine no ocurrió lo mismo, incluso las películas del Oeste eran un ejemplo porque enseñaban los conceptos de libertad y de responsabilidad. Los de mi generación descubrimos muchas emociones a través de la pantalla.

Si la novela se transformase en película, ¿cómo la verías tú?
En blanco y negro sin duda, especialmente todo aquello que se refiere a la intriga que esconde la obra, porque eso remite al cine negro.

En ‘Mae West y yo’ hay un hueco para el lenguaje popular, encarnado en el personaje de Carmeli.
Soy andaluz pero hablo como si fuera de Valladolid. Me considero andaluz, no con relación a los estereotipos porque no voy a las romerías, ni a los toros, ni a los tablaos flamencos, sino con lo que verdaderamente me hace sentirme andaluz que es el lenguaje que recuerdo de mi infancia. Siempre en todos mis personajes hay ese vínculo con el habla popular. En esta novela hay muchos lenguajes artificiosos, que es como hablamos ahora las personas, pero Carmeli tiene un lenguaje natural, espontáneo, cargado de ingenio y de cultura popular. Es algo que se está perdiendo y eso no puede ser. Yo quiero darle dimensión literaria a ese tipo de lenguaje coloquial, que parecería apto sólo para sainetillos.

También aparece el fútbol, representado por la Roja, ¿te interesa este deporte?
Me gusta mucho el fútbol, parece como algo indigno pero es una de esas aficiones estupendas, que pueden ayudarte tanto en el sentido de la pura distracción como en el del consuelo. El fútbol reconforta, libra de pesadumbres y a mí me permite sacar los pies del plato, no ser nada moderado y decir disparates sin ningún complejo. Yo soy madridista y estos días tengo un pequeño disgusto por la eliminación del Real Madrid de la Champions. Pero no soy de Mourinho. El Madrid no puede jugar como le obligó a hacerlo su entrenador en el primer partido de la eliminatoria. Es absurdo. Así no se juega al fútbol porque el fútbol es otra cosa. Si pierdes, pierdes y en paz.

¿El fútbol y el humor son igualmente válidos para ayudarnos a sobrellevar la existencia?
El fútbol es una herramienta igual que el humor y tienen casi la misma mala prensa.