«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 20 de junio de 2011

Begoña Aranguren, escritora y periodista: “José Luis de Vilallonga era una persona muy difícil de conocer”

Herme Cerezo/20/06/2011


Begoña Aranguren (Bilbao, 1949) ha publicado su nuevo libro ‘Niño mal de casa bien’, editado por Planeta, una conversación íntima con José Luis de Vilallonga, en la que la escritora y periodista mira hacia atrás y reflexiona, con ironía y sentido del humor, para descubrir lo mucho que han cambiado las cosas en nuestro país tras la muerte en el año 2007 del que fuera su marido. La conversación, escrita con su habitual estilo limpio y directo, otorga al lector la calidad de espectador y le permite asistir a lo que ambos personajes piensan, sienten y dicen.

Begoña, parece inevitable pensar que has escrito este libro como si fuera un ajuste de cuentas.
En absoluto es un ajuste de cuentas. Se trata de un diálogo completamente amoroso, una especie de mea culpa que yo entono. Hace nueve o diez años una editorial me propuso escribir un libro sobre José Luis y les dije que me lo iba a pensar. Terminé aceptando y hablé de nuestra ruptura matrimonial. Una ruptura es algo duro y, si además se produce por la intervención de una tercera persona, mucho más. Pero luego me di cuenta de que había cometido un error y de que nunca debí escribir aquel libro. Tras la muerte de José Luis, comencé a tomar notas para contarle a él la situación actual de España, un asunto que le interesaba mucho, porque era una persona que siempre procuraba estar al día. Escribir ‘Niño mal de casa bien’ ha sido una forma de reparar aquella equivocación mía y de hacerle justicia.

¿Los cuatro años transcurridos desde la muerte de José Luis de Vilallonga evitan que ‘Niño mal de casa bien’ sea un libro oportunista?
No es ningún libro oportunista. No creo que la gente se acuerde de que el próximo treinta de agosto hará cuatro años de su fallecimiento. Cuatro años, además, no son nada, ni siquiera un quinquenio.

¿Por qué decidiste enfocar el libro como una conversación?
Él fue el gran interlocutor de mi vida y lo echo mucho en falta. Hoy en día la gente no habla, no conversa, va por la calle con los cascos puestos, sin enterarse de nada y yo le tenía a él. Quiero seguir viviendo igual y por eso adopté la estructura de un diálogo. Sin darme cuenta, a veces aún le telefoneo a su número pero, claro, nadie contesta.

El teléfono al que aludes se ha convertido en el fedatario que certifica la muerte de José Luis.
El primer problema es aceptar, creer que esa persona a la que querías tanto ha muerto. Cuesta mucho asumirlo, requiere un tiempo para hacerse a la idea de lo que ha ocurrido. Es preciso vivir el duelo para colocar el trauma donde corresponde. Y sí, cuando miro el teléfono, pienso en voz alta y digo: “José Luis, por fin has pasado a ser un número telefónico sin más, sin nadie al otro lado”.

¿El libro puede ayudarnos a conocer un poco más a José Luis de Vilallonga?
Hoy mismo, una persona me ha dicho que, gracias al libro, ha aprendido a conocer a José Luis y ha visto que no era quien representaba. A mí me gusta su personaje, porque era bonito, muy viscontiniano, pero me gustaba mucho más el Vilallonga que llegaba a casa, que se relajaba, que se ponía un pantalón de pana viejo y me pedía un té. José Luis era un tímido enorme, frágil, con una educación victoriana. Su infancia, que fue terrible, le marcó muchísimo. Era una persona que dependía del momento en que lo pillabas para que te tratase de un modo u otro. Si le entrabas bien, estupendo, pero si no, te podía hundir.

¿Había mucha gente que le conociese realmente en la vida real?
El círculo de personas que le conocía bien era pequeño, porque él no se dejaba conocer. Había que enviarle muchas señales de que estabas en su onda y de que te gustaba su forma de ser, para que te aceptara. Para ser su amigo había que bailarle el agua, prestarle mucha atención y decirle siempre que sí. Yo le dejé entrever que había otro tipo de gente, que tenía otros valores y a la que merecía la pena conocer.

En la película ‘Nacional III’, José Luis de Vilallonga da la imagen de un aristócrata venido a menos pero bon vivant, ¿él era así?
Sí, era así, pero él estaba muy descontento del cine. Decía que era un rollo porque siempre terminaba representando su propio papel.

El índice del libro ha levantado ampollas, ¿quiénes han protestado más: los que aparecen en él o los que no?
José Luis te hubiera dicho que los que no. Pero la verdad es otra. Yo desconocía que el libro iba a tener índice. Fue mi editora, Ana Bustelo, la que me dijo que pensaba que debía de llevarlo. Y así ha sido. Pero las personas son tan vanidosas que quieren salir en él, aunque hablen mal de ellas.

En el libro te metes con mucha gente, con Felipe González, por ejemplo.
Yo no me meto con él, pero sí digo que se ha aburguesado, que tiene el pelo canoso, que ha dejado a su santa, que se ha ido con otra, que ha echado barriga, que vive en la calle Velázquez, que se ha hecho cuñado de Trapote y que le han nombrado consejero de una compañía energética. Pero si él viene y me saluda, yo le respondo encantada. Creo que estas cosas se pueden comentar sin hacer sangre.

También hablas de la aristocracia, ¿existe de verdad una clase aristocrática en el sentido clásico del término en España?
Los aristócratas han sido lo que les ha convenido ser, también franquistas. En España sólo había cuatro nobles que esperaban a don Juan. Salvo honrosísimas excepciones, es gente a la que hay que dar de comer aparte, una especie trasnochada, absolutamente egoísta, insolidaria, que lo ha tenido todo en la mano para salir y entrar pero que no ha querido aprovechar su situación. Son unos zotes, siempre pendientes de sus posesiones, de sus tierras y de su ganado.

No parece gustarte que los reyes y príncipes se casen por amor.
Los príncipes están llenos de prebendas y tienen la vida fácil. Pero a cambio de ello han de hacer cuatro cosas bien. Y una de ellas es el matrimonio. Es lógico que te quieras casar por amor, pero ellos han de saber lo que es una boda de estado. Si no hubiera sido así y nuestra actual reina fuese de otra manera, no sé si continuarían aquí los Borbones. La monarquía, ya de por sí, es algo irracional, si los príncipes van a comportarse igual que los demás, pues que suba al trono cualquiera y que venga la República. Pero lo que todavía me parece peor es que los monárquicos de verdad no les apoyen y se metan con doña Leticia criticándola. Pero eso es porque están rabiosos porque en Madrid no hay corte. Desde luego, si yo fuese monárquica apoyaría esa unión para que todo marche bien.

Tampoco tienes un concepto demasiado bueno de los managers.
El manager es una figura muy importante. Antiguamente, en las casas, en cuanto tenían dos duros, buscaban un administrador. Este personaje hay que escogerlo bien. Ha de ser culto, ajeno a los chismorreos y capaz de mirar por tus intereses. Creo que últimamente los eligen con poco tino y me pregunto por qué aciertan tan poco en su elección.

La última. Begoña, ¿qué sabor quieres que le quede al lector cuando termine de leer el libro?
Sin duda alguna me gustaría que se quedase con una sonrisa cómplice, teniendo bien claro que no se trata de una recopilación de chismes ni de un ajuste de cuentas. El mío es, simplemente, un libro de opinión.

Herme Cerezo