«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 5 de noviembre de 2011

Andrés Neuman, escritor: “El humor tiene sentido cuando hay un dolor al que oponerlo”.

Andrés Neuman nació en 1977 en Buenos Aires, ciudad donde pasó su infancia. Hijo de músicos emigrados, terminó de crecer en Granada, en cuya universidad fue profesor de literatura hispanoamericana. Actualmente es columnista en la ‘Revista Ñ’ del diario Clarín (Argentina) y en el suplemento cultural del diario Abc (España). Mantiene el blog ‘Microrréplicas’. Mediante una votación que convocó el Hay Festival, formó parte de la lista Bogotá-39 entre los más destacados nuevos autores nacidos en Latinoamérica. Más tarde fue seleccionado por la revista británica ‘Granta’ entre Los 22 mejores narradores jóvenes en español.

Obras: Novelas: ‘Bariloche’, ‘La vida en las ventanas’, ‘Una vez Argentina’ y ‘El viajero del siglo’ (Premio Alfaguara, 2009 y de la Crítica en 2010). Libros de cuentos: ‘El que espera’, ‘El último minuto’, ‘Alumbramiento’ y’ El fin de la lectura’. Poesía: ‘Métodos de la noche’, ‘El jugador de billar’, ‘El tobogán’ (Premio HIperion, 2002), ‘La canción del antílope’, ‘Mística abajo’, ‘Gotas negras’, ‘Sonetos del extraño’ y ‘Patio de locos’. Otros géneros: ‘El equilibrista’ y ‘Cómo viajar sin ver’.
Su obra, traducida a 10 lenguas, actualmente está siendo publicada en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Italia, Brasil, Holanda, Polonia, Egipto, Portugal y Eslovenia.

ENTREVISTA
Una silla esperando a alguien que no llega. Un zapato con memoria. Una madre que corre en sueños. Una pareja enamorada de lo que no hace. Un psiquiatra atendido por su paciente. Una moneda volando en un hospital. Una mujer que se excita con Platón. Dos ensayistas en el baño. Un político perseguido por revolucionarios invisibles. Un asesino cubista. Un mundo donde los libros se borran. Un fusilado que piensa. Monólogos. Mirones. Todo esto, y más, vive en ‘Hacerse el muerto’, el último libro de cuentos escrito por Andrés Neuman y publicado por Páginas de Espuma. En estas páginas, el escritor argentinohispano explora el registro tragicómico hasta las últimas consecuencias, desplazándose desde lo conmovedor a lo absurdo, del dolor de la muerte al más agudo sentido del humor. Son piezas breves que atrapan y mantienen la atención del lector por lo atrevido de sus planteamientos, en fondo y forma, y que incitan a reflexión al concluir la lectura de cada uno de ellos. Sobre todo ello tuve la oportunidad de conversar con el propio escritor, minutos antes de la presentación de ‘Hacerse el muerto’ en el Bibliocafé de Valencia y con el goteo incesante de lectores y lectora, habituales y no tan habituales de la librería, que fueron poblando las sillas de nuestro alrededor hasta convertirnos en objeto, curioso, de sus miradas. 

Andrés, en narrativa, alternas la novela y la poesía con el cuento, ¿te sientes más cómodo en alguno de estos terrenos o te da igual?

Más que la comodidad busco la incomodidad de entrar y salir de un género a otro. Cada vez que lo hago me produce la sana incomodidad de reaprender a escribir. Por eso nunca he elegido ya que esa especie de recorrido fronterizo entre géneros es lo que más me estimula.

Cuando deambulas por ese recorrido fronterizo, ¿alternas la escritura de uno y otro géneros o siempre trabajas en el mismo hasta terminar lo que llevas entre manos?

Suelo escribir más de un libro a la vez, igual que me sucede con la lectura. Cuando me atasco con uno, me refresca mucho pasar al otro.  El hecho de cambiar de problemática, de ritmo, de estilo, de personajes y de recursos lingüísticos me permite tomar distancia con relación al lugar donde me quedé  empantanado.  Lo que nunca me ha ocurrido es escribir dos novelas a la vez, porque necesito que los libros que simultaneo sean de estilos completamente distintos para que no se invadan.

¿Eres escritor de brújula y mapa o careces de plan premeditado a la hora de escribir?

Hago guiones para luego no cumplirlos. A veces sé el comienzo, y me pregunto hacia dónde va, y otras el desenlace, pero no sé el desenlace de qué. Me gusta que la obra avance por sí sola, que fabrique su propia estructura. Me preocuparía mucho saber cómo se hace un libro. Me gusta que cada libro funde y clausure un método de escritura.

¿Los relatos de ‘Hacerse el muerto’ están escritos a lo largo del tiempo, sin mayor propósito, o con la idea de conformar un día, más o menos lejano, un libro de cuentos?

Escribo los relatos y dejo que conversen entre ellos. Siempre tengo la esperanza de que vayan asociándose y oponiéndose de manera que, al cabo del tiempo, se insinúe el índice del libro que van a constituir estas piezas sueltas. Prefiero escribir con una estructura muy libre porque, si defino muy pronto la temática, puedo perder o abandonar una idea fértil  al no encajar en esa estructura. Con ‘Hacerse el muerto’ me ocurrió que, tras varios años,  vi que unos relatos eran muy tristes y otros muy cómicos y de ahí surgió la idea de la tragicomedia. Un segundo paso fue ver las temáticas que compartían y la consecuente selección y ordenación de los relatos que encajaban con cada una de ellas.

Dicen que los relatos son como chispazos fugaces que alcanzan al escritor y cuando llegan o los escribes de un tirón o los pierdes para siempre, ¿es este tu caso?

Depende de la idea. En general, el poema tiene una cierta ansiedad por ser realizado, de hecho a mí los poemas se me hacen urgentes quizá porque la idea que los motivas es puramente intuitiva, tremendamente lingüística, en suma un conjunto  de palabras que no sabes a donde te van a conducir y que temes perder. Las ideas de la novela, sin embargo, surgen por acumulación. Pueden pasar uno o dos años de tomar notas antes de sentarme a  escribirla y los personajes, durante ese tiempo, se desarrollan tácitamente.

En un artículo que publicaste recientemente en el suplemento cultural del ABC, señalabas que actualmente el cuento goza de buena salud. Si no me engaño, en lo que llevo de año, con más de setenta escritores entrevistados, sólo Marcos Giralt, Carlos Marzal y ahora tú habéis publicado libros de cuentos. Con estas cifras, ¿realmente este género goza de buena salud?

Lo que dices es cierto pero eso está cambiando. Creo que el cuento ha alcanzado un espacio  que antes no existía. Hay una serie de editoriales, y no me refiero sólo a Páginas de espuma, que fue pionera, sino a Menos cuarto, Thule, Tropo  o Cuadernos del Vigía, que le otorgan un lugar primordial. Si a eso le sumamos una enorme actividad crítica en torno al cuento y al microrrelato y la existencia de tres o cuatro generaciones de cuentistas españoles muy buenos, nos damos cuenta de que hay más cuentos, más escritores y más editoriales interesadas que nunca. Lo que ocurre es que el cuento partía de una mala situación y todavía hay un largo terreno por recorrer.

En uno de los relatos podemos leer: “Dedícate al humor, me sugirió un amigo cuando le conté mi tragedia. Pero a mí, las bromas, excepto al suicidarme, no me hacen ninguna gracia”, ¿la temática de ‘Hacerse el muerto’ oscila entre la tragedia y el humor?

Así es. Pienso que has cogido una frase que sintetiza bien el ánimo del libro. La realidad tiene algo de humor negro: por un lado nos maltrata y por otro nos hace cosquillas. El  humor en torno a lo divertido me parece redundante, el humor sólo es divertido cuando se aplica a situaciones dolorosas, cuando hay un dolor al que oponerlo.

En ‘Hacerse el muerto’, además del título, algunos relatos tratan de la muerte,  veo que te interesa mucho este tema.

No es que me interese, es que es la única certeza que tenemos. Es increíble que la única cosa que sabemos seguro que nos va a ocurrir genere tantos remilgos. La muerte, más que negarla, ha de ser elaborada porque necesitamos aprender a morir. La muerte es la fuente de lo mejor y lo peor que tenemos. No amaríamos las cosas sino supiéramos que terminan. Algo eterno no es digno de amor.

La presencia de tu madre sobrevuela estas páginas. Al final del libro encontramos una bella dedicatoria: “El libro entero, siempre, para mi madre. Ella me cuenta?”  A pesar de la lejanía insalvable que supone su muerte, tu madre continúa siendo fuente de inspiración para ti.

Hay seis secciones en el libro y una está dedicada a la muerte de mi madre. No son cuentos para llorar su pérdida, sino para tratar de fabricarme un regreso y poder conversar con ella. El poeta argentino Roberto Juarroz dijo algo que a mí me emociona mucho y es que el oficio de amor de la palabra consiste en crear presencia. Cuando alguien está ausente, la ficción te permite invocarlo y conversar con fantasmas. 

En estos cuantos aparecen sanatorios y hospitales, que trazan una frontera entre la vida y la muerte, ¿los ves así?

A todos, algún hospital nos ha cambiado la vida. Creo que es un centro de observación sociológica y antropológica bestial, porque todas las emociones se exacerban muchísimo: la generosidad y la mezquindad, el miedo y la esperanza, el amor y el rencor. Si alguien quiere conocer la naturaleza humana el lugar más nítido para hacerlo es un hospital, a donde se entra siempre a la fuerza y se sale transformado, para bien y para mal. Me parecen espacios tremendamente literarios en el sentido más doloroso del término. 

En su parte final, ‘Hacerse el muerto’ contiene un par de dodecálogos, ¿qué es un dodecálogo porque en el diccionario no viene la acepción?

Está dodecaedro y debía estar dodecálogo también. Me daba un poco de miedo llamarlos decálogos porque el diez es un número demasiado definitivo: es el de la máxima nota, el de los mandamientos. Por tanto, he preferido optar por un número más arbitrario. A mí me gustan mucho los materiales extras de los deuvedés y pensé que por qué un libro no los podía tener. Son series de doce aforismos que reflexionan un poco sobre los problemas técnicos que se presentan a la hora de escribir cuentos, pero no aspiran a convertirse en reglas.

Por lo tanto, parecen preferentemente destinados a escritores.

Bueno, son reflexiones que van para la gente que tiene gusto por conocer la cocina, por saber cómo se hizo el libro. A mí me gustaría que, cuando un mago termina la función, nos reuniera a los espectadores curiosos y nos explicara cómo hace los trucos. Disfruto mucho compartiendo con los lectores estas cuestiones técnicas que uno se encuentra al escribir. Son como el diario de a bordo. 

Los cuentos con final sorpresivo, “previsiblemente imprevisibles” los llamas tú, parecen estar en desuso, ¿por qué?

Los finales absolutos son muy espectaculares, pero no admiten relectura, porque ya te han descubierto el truco. Sin embargo, los finales abiertos, ambiguos, si están bien logrados, aumentan la curiosidad porque la duda propicia la relectura. Lo bueno es conseguir que haya una sorpresa, espectacular, pero que esté en el medio. No tiene por qué estar al final del cuento.

Fotografía cedida por Bibliocafé
Entonces, la estructura tradicional del cuento, la de las dos historias, a y b, que siguen caminos diferentes para converger al final,  ¿ha caído en desuso?

La tesis de Piglia me parece genial para explicar la estructura del cuento clásico, que continúa escribiéndose bajo ese patrón y que no tengo ningún interés en abolir. Lo que ocurres es que yo me pregunto si lo que está ordenado no se puede desordenar.
Uno de los aforismos contenidos en ‘Hacerse el muerto’ dice así: “Hay cuentos que merecerían terminar en punto y coma”. Me aplico a ello y  hago lo propio en esta entrevista. Hasta la próxima, mis improbables;