«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 19 de diciembre de 2011

Pilar Urbano, periodista y escritora: “El periodista no tiene reloj y además ha de ser independiente”.

Pilar Urbano (Valencia, 1940) llegó a la cafetería del Hotel Astoria de Valencia con la tarde bien avanzada y el abrigo sobre los hombros, cerrándolo de vez en cuando con sus manos para evitar que la humedad atacase su cuerpo. Como preliminar advirtió, entre risas, que “sólo hablaré delante de mi abogado”, y después comenzamos la conversación sobre ‘El precio del trono’, editado por Planeta, un libro que realmente se deja leer con interés. “Según mis editores se lee como una novela y atrapa con un thriller”. Y ambas afirmaciones son ciertas porque este gran pedazo de nuestra historia contemporánea seduce con facilidad. “Los personajes y los escenarios son completamente reales y toda la información está documentada. Sin embargo, para evitar la consulta continua he incluido las notas con las fuentes de procedencia al final del todo”. Sin duda, éste es un buen momento para publicar ‘El precio del trono’. “Lo he terminado ahora y ha tenido una buena acogida. Creo que la gente debe saber y no ser ingenua. El español ha de estar vigilante y leer los periódicos al trasluz para comprender lo que realmente ocurre a su alrededor”. Y antes de seguir adelante, una curiosidad: antes del título definitivo, la periodista manejó otros dos: ‘Borbón y muy Borbón’ y ‘El rey del Rey. El señor de los hilos’.


A Pilar Urbano ‘El precio del trono’ le ha costado más de siete años de esfuerzo. “Algunos apartados, como el del asesinato de Carrero Blanco, comencé a escribirlos y a tomar notas hace más tiempo, como unos diez años. Los libros de investigación no se hacen de un golpe, porque los elementos probatorios de mis afirmaciones no los venden en la tienda de la esquina o en un todo a cien”. Este trabajo de documentación, además de laborioso, no ha estado exento de instantes de tensión. “Localizar a un etarra, por ejemplo, es algo muy costoso. Tú lanzas tus anzuelos a pescar y a veces pasan cosas y otras veces no ocurre nada. Hay que tener contactos y esto es como las cerezas: un etarra me llevó a otro, porque yo quería entrevistar a  Mikel Lejarza, El Lobo. Sabía que le habían cambiado el rostro y me preguntaba cómo iba a reconocerle, porque claro, podía quedar con él, presentarse un desconocido y coserme a tiros. Estudié todas las fotos suyas que poseía y me di cuenta que había una cosa que no habría cambiado: sus ojos, su forma de mirar. Por eso, cuando me encontré con El Lobo, lo primero que hice fue fijarme en ese detalle y la entrevista se desarrolló normalmente.”  Lo que ocurre es que un proceso  tan prolongado, a veces, produce frustraciones. “Alguna de las personas que necesitaba entrevistar para el libro se murió mientras intentaba localizarla. La investigación periodística tiene esas cosas”.

Muchos historiadores han escrito ya sobre alguno de estos temas, pero a Pilar Urbano le han defraudado un poco sus textos, ya que aportaban poca información nueva “porque todos decían lo mismo ya que usaban idénticas fuentes”. La periodista buscaba otra cosa. “Me interesaba la persona que estaba al fondo de la foto histórica, el traductor de una entrevista, en suma, gente que no había escrito sus memorias pero que sí conservaba en la suya esas escenas vividas y nunca reveladas. Si conseguía que me las contasen a mí, tendría mucha suerte”. ‘El precio del trono’ puede convertirse en un libro de obligada consulta para estudiantes universitarios e incluso para profesores. Tal vez a los historiadores pueda molestarles esta intromisión en su territorio de estudio. “Pienso que el historiador del presente y del pasado inmediato es el periodista. Nuestra misión consiste en buscar testigos, archivos, recuerdos”. El periodista actual, por tanto, tiene mucho de detective de la realidad. ”Me gusta esa definición porque el periodista, con sus herramientas, su instinto y su olfato, tiene capacidad para descubrir todos los recovecos ocultos. El historiador es más lento y paciente, más ratón de biblioteca. El periodista no tiene reloj y además ha de ser independiente. Yo he podido permitirme esos dos lujos: tiempo e independencia.”

Una misma pregunta rondaba siempre en la mente de Pilar Urbano a la hora de sentarse a escribir: “yo quería conocer el precio que había pagado Juan Carlos para alcanzar el trono, quién le permitió llegar a ser rey y bajo qué hipotecas. El trono lo confiscó Franco, tras dejarlo Alfonso XIII en la calle, y me preguntaba también por qué no lo había ocupado don Juan y sí su hijo. Ahí había un tiempo, cuarenta y cuatro años, lleno de episodios que se podían contar y de modos muy distintos. ¿Por qué nadie había hablado de eso? Esa duda era una gran motivación para mí”.

Uno de los temas más atractivos de ‘El precio del trono’ es la muerte de Carrero Blanco. Siempre se dijo que fue alguien más que ETA y ese alguien, del que venimos hablando desde 1973, no puede ser otro que la CIA. El tema es tan extenso que le dedico dos capítulos completos. En uno, cuento el operativo terrorista y en  otro, expongo las dudas del juez instructor. Parecía claro que la CIA sabía que ETA iba a asesinar a Carrero, pero luego se dijo que la ETA fue el brazo ejecutor de la CIA y, claro, eso es muy fuerte. Esta afirmación apareció publicada en la revista ‘Interviu’, pero nadie dijo nada”. A ETA este último detalle no le sentaría demasiado bien. “No, ETA tuvo un sentimiento vergonzante al darse cuenta de que había sido utilizada”. Todavía hay más misterios en torno a este asunto. “El fiscal del caso, Herrero Tejedor, afirmó que en el magnicidio, además de ETA, intervinieron otras instancias o instituciones. Herrero Tejedor fue apartado del caso por Arias Navarro y falleció en un extraño accidente de tráfico. Luego ardieron tres atestados del siniestro. Por otro lado, el explosivo utilizado en el atentado no fue goma-2, sino trilita, accionada por un explosivo propio de los estadounidenses”. Lo que parece innegable es que la figura de Carrero Blanco no era bien vista por los Estados Unidos. “Carrero Blanco se había negado a permitir el uso de las bases estadounidenses en la guerra del Yom Kipur, tampoco quería entrar en la OTAN y, además, le explicó a Kissinger que España tenía la bomba atómica. Para los Estados Unidos, sin duda, resultaba más fácil cambiar de político que de política. Carrero sobraba y Carrero voló. De hecho, Kissinger, que en aquellos días estaba de visita en España, se marchó antes de lo previsto a París, donde, según su agenda, no tenía nada que hacer”.

Desde luego la figura central del libro es el rey don Juan Carlos y España parece más juancarlista que monárquica. “Sí, aquí no hay tradición monárquica. Alfonso XIII dejó un mal recuerdo y don Juan no reinó. Por otro lado, Franco permitió que Falange hiciera mala propaganda de la monarquía y, como Juan Carlos había sido propuesto por él como su sucesor, se le consideraba su seguidor. Hay muchos juancarlistas que piensan que, tras el 23-F, el rey nos ganó la democracia para los españoles. Ahora, ante todo lo que está ocurriendo, hay una especie de recelo, de suspicacia”. Antes de reinar, hubo algunos momentos especialmente difíciles en la vida del entonces príncipe, como la Marcha Verde orquestada por el rey de Marruecos. “Juan Carlos, mientras Franco estaba ingresado en el sanatorio, bajó al desierto, marchó al Sahara y envió un mensaje al rey Hassan II, un mensaje que en España el propio Arias Navarro censuró, pero logró su objetivo y la marcha se detuvo. Con esta actitud, Juan Carlos demostró a los miembros del gobierno que no era tonto”. Y también el entierro de Carrero Blanco. “Ese día, el príncipe desfiló delante del armón, vestido de marino. Se había fumado sesenta y dos cigarrillos e iba como nublado. De repente, se dirigió a la comitiva y ordenó que todos se mantuvieran diez pasos detrás de él. Entonces se oyó la voz de un capitán del SECED que dijo: ¡joder, y parecía idiota! Y es que en la figura del rey hay dos personas: una, que se mantiene en segunda fila, callado, en silencio; y otra, que se mueve, que actúa, que habla con Mitterrand, con Solana, con Jordi Pujol, con Kissinger”. Por lo que parece, el rey ha puesto el listón muy alto para su heredero. “La figura del príncipe Felipe no llega a tocar a la gente. El príncipe ha de bajar al asfalto, salir al encuentro del pueblo y no sólo estrechar manos y decirle a una chica navarra que ya ha tenido su minuto de gloria”.

Para cerrar la conversación surge un tema inevitable: el ya denominado caso Urdangarín. “Estas cosas pueden ocurrir en cualquier institución y puede hacer daño a la corona, excepto si saben aislar la persona del rey y la del príncipe de todos los demás, que son las dos únicas figuras. Los demás son comparsas. Desde luego, yo hago uso de la presunción de inocencia, como me gustaría que se hiciera conmigo, si hubiera lugar, y con Baltasar Garzón. El problema es que si resulta culpable, deberá responder de ello”.

A Pilar Urbano la esperaban en un conocido centro comercial de Valencia, donde tenía cita con sus lectores para firmar libros. Un botones del Hotel Astoria entró para avisar que el taxi le aguardaba en la puerta. Así que apresuramos  despedida y fotos y la periodista “detective de la realidad” partió hacia esa cita inexcusable.