«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 17 de julio de 2012

Juan Francisco Ferrándiz, escritor: “Irlanda es un país especial para las leyendas y los ambientes”

Cuentan los ancianos que hace mucho tiempo, cuando el mundo se estremecía por temor al inminente fin del milenio, un forastero llegó a las brumosas tierras de Irlanda con una misteriosa misión. Dicen que ese hombre, un monje atormentado y valeroso llamado Brian de Liébana, huía de unos malvados caballeros de tez pálida y alma oscura, cuyo nombre nadie osa pronunciar en voz alta sin santiguarse. Los más viejos afirman que Brian y sus compañeros, sabios religiosos venidos de todo el continente, se atrevieron a reconstruir el monasterio de San Columbano, antaño escenario de una cruel matanza. Y aunque algunos juran que profanar esas ruinas supuso el inicio de todas las desgracias, otros opinan que fue la presencia intramuros de una hermosa mujer celta lo que desató la ira de Dios. Así reza, como resumen argumental, la solapa de la portada del voluminoso libro ‘Las horas oscuras’, escrito por Juan Francisco Ferrándiz y editado por Grijalbo, una obra de la que se siente casi tan orgulloso como fascinado. Sobre ella conversamos durante unos minutos de una calurosa tarde del verano valenciano. Al fondo, gravita en silencio el aire de un arpa celta y de una flauta dulce. Irlanda, sin duda, ha impreso una profunda huella en este escritor de la tierra.

Juan Francisco, acabas de publicar ‘Las horas oscuras’, una novela sobre libros antiguos, monjes, druidas, brumas, sobre Irlanda en suma. Para narrar todo esto hay que sentir un cariño especial hacia la dulce Erin?

La escritura del libro nace de la lectura de una serie de textos escritos por Manilio, Apuleyo y otros autores clásicos que me llevaron a preguntarme cómo habían llegado hasta nosotros. Arranca también de una canción celta muy nostálgica, “Keening of the Three Marys”, que me inspiraba la visión de un acantilado, de un monje con un hatillo de libros y de un hada. Y, por último, de un viaje, claro, el que realicé a Irlanda en compañía de mi mujer. El color verde de aquella tierra y las ruinas de viejos monasterios me hicieron comprender que era allí donde quería enclavar la historia que llevaba metida en la cabeza.
El mundo celta es rico en leyendas, ¿si no existiesen habría que inventarlas?
Es imposible no inventar leyendas, es algo que ocurre continuamente y más en Irlanda. En ese viaje al que me refería antes, conduciendo por la izquierda fuimos a parar a un pueblo perdido, por una carretera desconocida. Entramos en un pub muy antiguo con las paredes desconchadas. La gente nos miraba. Pedimos un café y, a los pocos minutos, se nos acercó un lugareño para invitarnos a tomar una cerveza con él. Se me disparó la imaginación y pensé que si nos secuestraran pasaría más de una semana sin que nadie supiera nada de nosotros. Y es que Irlanda es especial para las leyendas y los ambientes. Y probablemente en la Edad Media, cuando no había carreteras ni postes de la luz, más todavía. Si te fijas en los acantilados que hay en las guardas del libro, casi ves llegar a los barcos vikingos.
¿Y no sería mejor dejar las leyendas tal y como están y no darles vueltas?
Creo que lo que hay que hacer es evitar que las leyendas célticas mueran. En el libro he tratado de que el lector se aproxime a estos temas con respeto. Nos encontramos en un momento en el que el mundo celta camina hacia el ocaso. Tenemos que acercarnos para conocer todo aquello. Lo haremos, obviamente, con la visión del hombre del siglo XXI, pero es preciso aprovechar esta oportunidad y maravillarnos con ella.
¿Podemos entender que la novela sirve para dar a conocer un poco más el mundo celta?
De alguna manera sí. Cuando empecé a documentarme conocí ese universo y me pareció que valía la pena novelar sobre él. He tratado de presentar un mundo que esconde una enorme profundidad, pero desde luego lo que he buscado principalmente es entretener, que el lector se olvide de sus problemas durante un buen rato, sin desatender el contexto histórico.
Para ubicarte un poco en el panorama literario, ¿a la hora de escribir qué tipo de lecturas  ha podido influenciarte?
Esta es una novela de aventuras que creo que puede gustar tanto al lector de novela histórica como al de fantasía o de novela gótica.  Y digo creo porque la verdad es que soy una persona no excesivamente forofa del género histórico y que lee muchas otras cosas. Como lector me gusta que la historia me atrape, que me arrastre y que me desconcierte. He tratado de escribir algo así, engarzándolo en un nudo celta donde todo parece un caos pero que, en el fondo, esconde un orden cierto.
¿‘Las horas oscuras’ es fruto de un guión preconcebido o te has dejado arrastrar por la historia a medida que crecía?
Yo quería escribir una novela épica, de misterio. Buscaba que sirviese de iniciación para el lector. Pensé que trescientos años después de haber leído esta novela, alguien pudiera ir allí y descubrir unos libros y la clave que encierran. Más o menos tenía trazado el desarrollo, pero también han surgido situaciones que me han parecido interesantes y las he introducido en el guión. De igual manera, he de decir que también he desechado algunos capítulos que, tras haberlos escrito, no forman parte del texto final.
¿La inclusión del miedo como elemento importante del libro también ha sido premeditado?
Sí, me interesaba mucho que apareciese el toque gótico. Es algo que proviene de mis influencias como lector, como aficionado a la novela gótica y a la preternatural, a autores como Poe, Conan Doyle o Lovecraft. Desde muy joven bebí esas fuentes y siento una innegable atracción por las situaciones tensas, sombrías. Necesitaba también que el adversario, el malo por así decirlo, no fuese solo el noble de turno que protege sus privilegios contra el vasallo. Quería un adversario del mismo nivel intelectual que los monjes, que se moviese en el mismo plano que ellos, de hecho, sabe de libros. Es una figura culta y siniestra, pero sin tintes vampíricos.
¿Quizá por esa misma razón has ubicado la novela en un periodo tan supersticioso y convulso como el fin del primer milenio?
He tratado de localizar una época con una cierta oscuridad, por aquello de potenciar la idea de salvar libros, que en la novela no son mágicos ni misteriosos sino simplemente textos clásicos. Sobre el poder del milenarismo hay muchos autores que dicen que no hubo ese famoso miedo general, ya que si hubiera existido habría sido reflejado con mayor abundancia en los libros. En realidad, debió ocurrir algo parecido a lo que pasó en el año 2000: veías una secta por aquí, otra por allá, el llamado efecto 2000… y poco más. Claro que también es posible que determinados personas, revestidas de poder, asustasen a la gente para salvaguardar sus intereses.
En ese objetivo, sin duda también te habrán ayudado esos seres inquietantes que deambulan por la novela: los escolomantes
Los escolomantes, como una secuela sombría, ya aparecían en la novela ‘Drácula’ de Bram Stoker, pero yo ignoraba si era una invención suya o había algo más detrás de ellos. Hay un ensayo de un profesor rumano sobre estas criatura, que son unos seres asociados a las tormentas a quienes el diablo les enseña a dominar los poderes de la naturaleza. Este anclaje de leyenda también me gustaba y, efectivamente, me han ayudado a darle una pincelada oscura a la novela.
Has dicho al comienzo que la idea de preservar los libros preside ‘Las horas oscuras’, ¿fueron los monjes copistas los primeros piratas de la historia de la cultura?
[Risas]. Pues sí. El trabajo de los monjes ha permitido que los libros hayan llegado a nuestros días, Uno de ellos, Casiodoro, que vivió antes de la caída del Imperio Romano, pasó su existencia obsesionado con que los monjes supieran leer y escribir, algo que en otras órdenes monásticas no ocurría.
No hay novela sobre Irlanda sin druidas, defínelos un poco.
Lo más parecido a un druida que conocemos es un eremita, con la diferencia de que el eremita trata de crecer espiritualmente y los druidas eran depositarios de una cultura que memorizaban para perpetuarla. Ejercieron también de jueces, de consejeros y de intérpretes de la tradición. Ellos, al ver que el mundo celta se desmoronaba, trataron de ponerlo por escrito para evitar su pérdida total. Los druidas poco a poco abandonaron su refugio de los bosques y buscaron cobijo en los monasterios, aunque hubo algunos que se convirtieron en bardos y terminaron su días en las cortes. La iglesia de San Patricio adoptó elementos druídicos, por ejemplo, la tonsura de los monjes irlandeses que era la misma que portaban los druidas. La iglesia irlandesa fue bastante tolerante, especialmente al principio. Era otra forma de entender la religión.
¿Quedan druidas en la actualidad?
Creo que no. De alguna manera brujas sí, pero druidas no. El druidismo pienso que se cortó. Puede que exista gente que se autodenomina druida, que practica rituales en los bosques pero que no conoce las sagas celtas. No son druidas.

La última pregunta: tu primera novela estaba escrita en valenciano, ’Las horas oscuras’ en castellano, ¿se traducirá a lengua vernácula?
Ojalá. La escribí en castellano porque me salió directamente así. Mi primera novela, ‘Secretum templi’, trata de un crimen ocurrido en mi pueblo en el año 1318. Fue una historia con la que me tropecé leyendo un artículo escrito por un historiador local. Soy una persona afortunada que domina dos lenguas, ojalá fueran más. También es indudable que al publicarse la novela en castellano se ofrece a un mercado mucho más grande.
HermeCerezo/SIGLO XXI, 18/07/2012


SOBRE JUAN FRANCISCO FERRÁNDIZ

Juan Francisco Ferrándiz pascual nació en Cocentaina (Alicante) en 1971. Es licenciado en Derecho y actualmente ejerce como abogado en Valencia. Con anterioridad ha publicado la novela 'Secretum Templi' escrita en valenciano. 'Las horas oscuras' significa su primera incursión en la literatura en lengua castellana.