«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 28 de octubre de 2012

José María Pérez, ‘Peridis’, arquitecto, humorista gráfico y escritor: “En su tiempo, para una ciudad disponer de una catedral era como entrar en la Champions”

‘La luz y el misterio de las catedrales’ nos descubre las leyendas y secretos de siete de las más importantes catedrales españolas, contadas por el arquitecto y dibujante Peridis. El libro, editado por Espasa y basado en el programa del mismo nombre que se emitiera hace unas temporadas en TVE, realiza un interesante, a la vez que peculiar, recorrido por los templos de Barcelona, Burgos, Cuenca, Jaca, Lérida, Oviedo y Santiago de Compostela. Siguiendo sus páginas descubrimos los momentos históricos que encierran sus muros, sus columnas y sus vidrieras, momentos que, como el propio Peridis señala, nos hablan de otro tiempo y otras gentes y si uno posee la suficiente sensibilidad, puede percibir su presencia al deambular por el interior de cualquiera de sus naves. 

José María, ¿por qué nos fascinan tanto las catedrales a los humanos?

Nos fascinan porque son nuestra memoria. Las catedrales son lo más grande en tamaño, calidad y arquitectura que ha hecho la Humanidad hasta la aparición del acero y del hormigón armado.  Son espacios en los que la piedra se convierte en luz porque cada piedra que quitas se transforma en energía espiritual. Cuando entramos en una pirámide vamos hacia la muerte, mientras que en la catedral caminamos hacia el cielo. Sus constructores pretendían llevarnos al más allá, contarnos cómo sería aquello: un lugar sin gravedad, donde no se pesa, donde se flota, donde brilla la luz y donde la gente trasciende su mísera condición mortal. Para los que vivieron la Edad Media entrar en una catedral era transformarse al percibir la atmósfera, los cánticos, el incienso… Realmente se sentían transportados a otra dimensión. 

El misterio también forma parte de las catedrales. Sus constructores fueron grandes genios, unos avanzados en el tiempo.

Los arquitectos contaban sobre todo con una gran experiencia constructiva que provenía del Románico. Con este arte ya habían conseguido avances considerables aunque no tantos como con el Gótico, porque las catedrales góticas poseen una levedad que hace que parezca que no pesan. El misterio radica en saber cómo se mantienen en pie todavía, por qué sobreviven sin caerse. Es algo que a mí me asombra todavía hoy. Detrás de esta técnica se esconde una enorme fuerza espiritual y mucho conocimiento. Al apuntar los arcos, los maestros constructores consiguieron transportar el peso a tierra a través de los pináculos, los arbotantes y los contrafuertes. Y con las vidrieras, que sustituían a los muros, aportaban un chorro de luz multicolor al tiempo que contaban escenas bíblicas. 

Las catedrales, por su volumen, por su altura y por su majestuosidad, parecen recordarnos lo pequeñitos que somos.

Sí, pero había una identidad. Uno entraba a la catedral de su pueblo y decía qué pequeñitos somos, pero juntos ¡cuánto podemos hacer! El templo proporcionaba a la ciudad una identidad extraordinaria, algo parecido a lo que ocurrió cuando el Alcorcón le ganó al Madrid [Risas]. Para ellos, disponer de una catedral era como entrar en la Champions.  Aquello era un alarde y los habitantes tenían el sentido de pertenencia a una ciudad. 

Además de su evidente cometido religioso, las catedrales también cumplían una misión social.

Mucho más de lo que nosotros creemos. Las catedrales eran núcleos o ámbitos de reunión y también de comercio. Con el tiempo se fueron alejando de su funcionalidad primitiva hacia su aspecto cívico. Eran el gran sitio cubierto, el gran soportal de la ciudad bajo cuyos techos y muros ocurrían muchas cosas y donde, por ejemplo, se acogía a los reyes cuando estaban de visita. 

Por lo tanto, sobrepasaron con creces la idea exclusiva de la Casa de Dios.

Sí pero hay que aclarar algo más. Así como en el templo romano y en el griego había una parte donde estaba el sacerdote y los fieles permanecían fuera, cosa que también ocurría con los judíos, la iglesia cristiana escogió para sus iglesias el modelo de la basílica porque eran lugares de reunión, de asamblea. Primero fueron superficies rectangulares a las que añadieron los brazos de la cruz; luego ovaladas o redondas para facilitar la predicación. Al principio, intentaron que la ceremonia fuese en latín, de espaldas al pueblo, dando realce al misterio, al rito y a la magia, pero al final regresaron a la palabra, al mensaje. 

En el libro hablas de siete catedrales, ¿existe algún hilo conductor entre los templos escogidos?

El hilo conductor viene dado por la serie televisiva que rodamos hace tiempo. En principio, íbamos a hablar de veintiocho catedrales divididas en cuatro series. Pero el patrocinio hoy en día es un bien escaso y sólo hicimos estas siete: dos románicas, Jaca y Santiago, porque teníamos que hablar del Camino de Santiago; Oviedo, porque es una catedral muy literaria gracias a ‘La Regenta’; Barcelona, porque está al borde del mar y es una ciudad inmensa y llena de turistas; Lérida, porque se desacralizó y se convirtió en cuartel; Burgos porque es Burgos; y, por último, Cuenca, en gran parte por su fachada neogótica y las vidrieras y porque es muy bonita y elegante. Fue construida por Alfonso VIII. 
 
¿El término catedral es universal o específicamente europeo?

La catedral es un término genuinamente europeo, es la expresión de algo grandioso que tiene Europa: las ciudades. Las ciudades con más historia y más vivideras son las europeas. Si visitas cualquier ciudad estadounidense, excepto Boston, San Francisco o Nueva York, que es un caso aparte, ves que son otra cosa. El tipo de templo que hay en Europa es muy urbano. Los gremios pagaban su construcción y representaron la gran fuente de empleo durante el Medievo. Además, allí fue donde avanzó la tecnología. Construir una catedral era un auténtico banco de pruebas: se trabajaba el acero, se hacían dorados... También constituían un factor repoblador, un foco de atracción de la gente de los pueblos aledaños, como anteriormente lo habían sido los monasterios. La ciudad significaba bullicio, gremios, artesanos y comercio y la locomotora económica fue la catedral. 

Por la duración del proceso, un mismo maestro solo podría construir una catedral en su vida, ¿o trabajaba en varias a la vez?

En el Medievo creo que con una había suficiente. Tenían que viajar y estar al tanto de las innovaciones técnicas que se producían en otros lugares. El arquitecto era más que un arquitecto porque se encargaba de organizar la logística: almacenar piedra, comprarla, transportarla, conseguir el dinero, alojar a los trabajadores…  En una catedral trabajaban cientos de personas y era una tarea complicada. Hoy en día, en una obra cualquiera hay cuatro ingenieros, el jefe de compras, el arquitecto pero entonces todo lo hacía el constructor. 

¿Con la tecnología actual se podrían construir templos como aquellos?

En la Edad Media los obispos escogían al mejor arquitecto porque, aunque no fuese creyente, sabía lo que tenía que hacer. Hoy, un arquitecto no podría construir una catedral como aquellas porque falta una cosa: la fe. Por eso en la arquitectura religiosa actual no se han alcanzado cotas tan altas como entonces. 
 
Si las piedras de estas catedrales hablasen, ¿lo harían también de la gente normal?

Las catedrales conservan las vidas de quienes las construyeron. En nuestros genes es posible que algún día se pueda observar a nuestros antepasados y en las catedrales, si tienes sensibilidad suficiente, puedes descubrir que guardan algo. Hay un poema de César Vallejo que habla de esto y dice: “Se van las palabras, pero quedan los labios. Se van los adioses, pero quedan las manos”. En una catedral hay que entrar poco a poco. Hay que conseguir que te admita, darle cariño, confianza. Es como en el amor, si no te admiten por mucho que vayas no funciona. No hay que olvidar la historia de aquella casa que no admitía a su nuevo inquilino y terminó matándolo. 

En algún sitio te he oído decir que las catedrales se pueden leer como un cómic. Con tu condición de dibujante de tiras humorísticas, si te entregasen un capitel limpio ¿a quién dibujarías en él?

Colocaría a Fraga, Carrillo y a Suárez. Fraga es como el malo de las películas de Charlot  y Carrillo es el astuto que vivía en el agujero. En mis viñetas aparece una columna, cuya idea surgió mientras estudiaba el monasterio de Simeón el Estilita, un hombre que vivía siempre encima de una columna y que, como no bajaba de ella, le construyeron el templo a su alrededor. Eso mismo es lo que hacía Suárez: construir la democracia alrededor de la UCD. Por eso cuando acudían a visitarle Gil Robles o Ruiz Giménez él siempre estaba arriba de la columna y los otros abajo. 

Y la inevitable última pregunta: ¿habrá un segundo libro, tal vez de obras civiles?

Me apetecería escribirlo pero eso da mucho trabajo y, además, está el problema de  cómo lo explicas. Los edificios civiles son más atractivos para estudiantes de arquitectura. Lo que no hay son libros como el mío que le explican a la gente cómo eran las catedrales utilizando el modelo del cuento. En ‘La luz y el misterio de las catedrales’ he procurado expresar lo que siento, el modo en que yo vivo una catedral, añadiéndole unas pequeñas gotas de erudición, muy pocas. 

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 29/10/2012

SOBRE JOSÉ Mª PÉREZ 'PERIDIS'

José María Pérez González, más conocido como Peridis, es arquitecto y dibujante, nacido en Cabezón de Liébana (Cantabria) el 28 de septiembre de 1941. Ha publicado diversos libros sobre humor y sátira política. En TVE ha presentado y dirigido ‘Las claves del románico’, con 33 capítulos emitidos entre 2002 y 2007. Es presidente de la Fundación Santa María la Real para promover la conservación, restauración y mantenimiento del Patrimonio natural, cultural y social, con especial dedicación al arte románico. Diariamente, además, dibuja una tira humorística en el periódico El País.