«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

miércoles, 14 de noviembre de 2012

‘Las leyes de la frontera’ de Javier Cercas: ‘El sabor de la duda, el olor de otro tiempo’

Después de su anterior obra, ‘Anatomía de un asesinato’, Javier Cercas nos acerca de nuevo, aunque bajo el prisma de la ficción, a una época semejante: el año 1978, punto de partida de  ‘Las leyes de la frontera’, su última entrega. Esta vez su escritura se centra en torno a la reconstrucción de la figura de un delincuente, de un quinqui, Antonio Ramallo, alias El Zarco, un sujeto que pasó más tiempo dentro de la cárcel que fuera de ella hasta su fallecimiento “la noche de fin de año de 2005. ¿O fue la de 2006? Debió de ser la del 2006” como aclara, no aclara, el director de la prisión de Gerona, una de las voces que alimentan esta narración. Tanto tiempo entre rejas provocará que el Zarco sienta un miedo irrefrenable a vivir de nuevo en la calle, al aire libre, dueño absoluto de sus actos: “La perspectiva de la libertad le desquiciaba”, como también afirmará el director de la prisión de Gerona en otra de sus apariciones a lo largo del libro.

El Zarco comenzó su actividad delictiva muy joven. A los diecisiete años ya era sujeto peligroso, de armas tomar, atrevido, que no conocía el miedo y que probablemente ignoraba donde estaba el límite, la frontera, entre el bien y del mal, algo que le ocurre o le puede ocurrir a mucha gente porque, como señala otro de los personajes que intervienen en la reconstrucción del perfil del Zarco: “¿Está usted seguro de que el bien y el mal es lo mismo para todo el mundo?” Es justo en el verano de 1978 cuando, por un conocimiento casual, no casual, el Zarco traba conocimiento con el verdadero motor de la novela, Ignacio Cañas, el Gafitas, un estudiante de dieciséis años del colegio de los Maristas de Gerona, ciudad en la que transcurre toda la acción, el cual, enamorado de Tere, la quinqui de la basca del Zarco, se ve introducido paulatinamente en la rueda de asaltos, robos, tirones y atracos a sucursales bancarias y gasolineras que comete el grupo. Es precisamente a partir del fracaso de una de estas acometidas, cuando el Gafitas, se apartará de la basca y seguirá su propio camino. Veinte años más tarde, la vida, casualidad, no casualidad,  le pondrá de nuevo frente al Zarco, su antiguo jefe y colega, al que ahora, convertido Ignacio Cañas en un abogado penalista de renombre y justa fama ganada en los tribunales, tratará de recuperar para la sociedad al abrigo de las políticas penitenciarias del momento y poniendo a su servicio todo el poderío y la parafernalia de los medios de comunicación.
Cercas articula la narración utilizando a un escritor al que han encargado la preparación de un libro sobre el Zarco. Para ello, además de las fuentes documentales que el Gafitas le suministre, se entrevista con el inspector Cuenca, el policía que provocó la caída de la banda del Zarco, con el director de la cárcel de Gerona y con el propio Gafitas. Así la novela se convierte en un diálogo continuo entre el plumífero de encargo y los demás, los cuales irán aportando sus versiones de los hechos. Ello proporciona una imagen circular y poliédrica del mundo del Zarco, a la vez que, y eso es una de las grandes virtudes de la novela, consigue sembrar en el lector la incertidumbre de quién es el poseedor de la verdad en cada momento, al menos en todo lo referente a las cuestiones claves para entender esta historia. En la vida, realmente, nadie puede estar absolutamente seguro de lo que piensan o dicen los demás. Las cosas se aceptan como ciertas, especialmente si guardan una cierta lógica, pero si a pesar de esa lógica los hechos se prestan a diferentes interpretaciones la duda persiste y únicamente la intuición de cada uno permite seguir el camino que estima más correcto.
Por supuesto, asistimos a la descripción de un espacio y de un tiempo de este país que ya pasó, pero que, a la vez y por momentos, se nos antoja cercano. ‘Las leyes de la frontera’ es también el retrato de una ciudad, Gerona, que como el resto del estado español empezaba su despertar hacia el tránsito a la democracia, transformando su fisonomía y adaptándola a los nuevos tiempos que se adivinaban inevitables, descubriendo las transformaciones sufridas por aquella frontera que separaba la Gerona “legal” de la “ilegal”. Es también un recuerdo de las pandillas de jóvenes delincuentes que asomaron en aquellos años, la época dorada de los quinquis. Al lector, sin duda, le sobrevienen imágenes de las películas ‘Deprisa, deprisa’ de Carlos Saura o ‘Perros callejeros’ de José Antonio de la Loma, que tratan de este mismo tema. Hay muchas concomitancias entre aquellos celuloides y estas páginas. Precisamente su rodaje otorgó a los protagonistas, frecuentemente los propios delincuentes, una innegable aureola, un carácter mítico del que en ocasiones llegaron a contagiarse ellos mismos, contribuyendo incluso a crear una iconografía genuina: la estética quinqui.
Por último, ‘Las leyes de la frontera’ guarda también un regusto a género negro, policiaco, no sólo porque trate de maleantes, de un picapleitos reconvertido, de una banda de atracadores, de prisiones y de la policía, sino porque es un excelente retrato social como aspira a ser toda novela negra que se precie de serlo. Hay momentos que nuestra pituitaria, gracias a la escritura del escritor cacereño que vivió un tiempo grande en Girona, se traslada a los callejones del viejo barrio chino de la capital gerundense y comprueba que los chinos de todas las ciudades eran parecidos y que allí se daban cita los mismos tipos patibularios, demacrados y ojerosos.

‘Las leyes de la frontera’ de Javier Cercas; Mondadori, septiembre 2012.Tapa dura, 382 páginas, 21,90 euros.
Calificación: 4