«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

martes, 18 de diciembre de 2012

Juan Manuel de Prada, escritor: “Me siento a gusto escribiendo sobre temas incómodos”

Pasó Juan Manuel de Prada por Valencia. El escritor de Baracaldo, criado en Zamora y residente en Madrid, llevaba cinco años de silencio editorial. Afortunadamente, su nueva novela, ‘Me hallará la muerte’, editada por Destino, ha roto ese silencio y ha vuelto a poner sobre los expositores de las librerías, tan urgentes como volátiles, su prosa precisa y barroca.

Corren los primeros años cuarenta y la II Guerra Mundial está en marcha. Antonio Expósito, un delincuente de baja estofa, decide enrolarse en la División Azul y partir hacia el frente ruso. Tras sufrir infinidad de penurias bélicas, regresa a España en la década de los cincuenta. Poco a poco ascenderá en la escala social, lo que le conducirá a llevar una vida de potentado insospechada muchos años antes, adentrándose en una madeja de intrigas cada vez más embrolladas y peregrinas. Sobre ‘Me hallará la muerte’ conversé con Juan Manuel de Prada en el Lounge Bar del Hotel Astoria, escenario casi ya tradicional de la mayoría de mis entrevistas.
Juan Manuel, cinco años para publicar un nuevo título, ¿la televisión te ha quitado tiempo para escribir?
Mi ausencia de la publicación ha sido debida exclusivamente a circunstancias personales. La televisión no tiene nada que ver con ello, aunque es verdad que participaba en muchas tertulias a las que acudía porque atravesaba una mala situación, hasta que me puse a escribir y recuperé un poco mi hábito de trabajo. Ahora, en televisión solo hago el programa que yo mismo dirijo porque me estimula intelectualmente. Es posible que haya tardado demasiado en publicar, pero creo que tampoco hay que ahogar al lector. Además el frenesí enloquecido de las editoriales ha destruido a escritores que, probablemente, precisaban un ritmo más pausado de producción y han terminado escribiendo libros acabados de mala manera. Por otro lado, tampoco creo que sea muy importante dejar un número demasiado elevado de novelas para la posteridad.
De pequeños, en el colegio nos decían que a la hora de leer un libro había que tener siempre a mano el diccionario. Con tus novelas, además de tenerlo a mano, hay que usarlo.
[Sonrisa] Bueno, eso siempre me lo dicen pero yo no tengo la conciencia de escribir raro, aunque sí que es verdad que me gusta el cuidado amoroso de la lengua. Tuve la suerte de vivir muy estrechamente ligado a mi abuelo, un hombre de pueblo que se había dedicado a la agricultura y que acabó sus días como comerciante. Cuando salía al campo con él, me quedaba maravillado porque a los pájaros los llamaba por su nombre: abubilla, urraca, jilguero… Eso me fascinaba. Entonces me dije que tener la posibilidad de designar las cosas por su nombre era una gran facultad del ser humano, lo más bonito del mundo, algo de una belleza enorme. Ahora vivimos tan desligados de la naturaleza que hablamos como si fuera inglés mal traducido.
En ‘Me hallará la muerte’, incluso utilizas el lenguaje del argot quinqui de los años cincuenta.
Eso no es difícil de conseguir, te enteras de cómo hablaban leyendo literatura de la época y consultando diccionarios especializados. En la segunda parte de la novela, el protagonista habita un mundo de un nivel más elevado y ya no utiliza esas jergas.
Por cierto, el título es una estrofa del ‘Cara al sol’, ¿lo escogiste con alguna intención concreta?
No, no llevaba ninguna intención cuando lo puse. Me parece un título sugestivo que, por otro lado, tiene como un aroma fatal, misterioso. No podemos olvidar que el ‘Cara al sol’ lo compusieron un grupo de poetas afiliados a la Falange que se habían reunido para ese fin. Cada uno de ellos disparó un texto hasta conformar el himno. Marsé también utilizó otra estrofa, ‘Si te dicen que caí’, como título de una de sus novelas y seguramente no será el último escritor que lo haga, porque el ‘Cara al sol’ tiene varios versos que parecen apropiados para este menester. Lo que sí resulta curioso es que hay libros a los que lo último que les pongo es el título y, en esta ocasión, sucedió todo lo contrario: lo escribí en el primer folio y comencé a teclear.
La novela arranca con un tono picaresco, prosigue como relato de aventuras y concluye con sabor a novela negra, tres géneros muy  distintos y muy definidos, un reto muy atractivo para un escritor, ¿no?
La verdad es que es cierto que, de todas las que yo he escrito, esta es mi novela más de género. También es verdad que me lo he pasado muy bien escribiéndola. El género picaresco ya lo había tocado antes, pero los otros dos no. Siempre he sido un gran amante de la literatura de género y creo que no está reñida con la gran literatura. Soy consciente de esta mezcla y me parece que el resultado ha sido interesante.
¿Antonio Expósito, el protagonista, propende más a la heroicidad o a la villanía?
Creo que todo depende del detenimiento con el que lo mires o la capacidad de penetración al mirar. En toda persona pienso que conviven entreverados el héroe y el villano y lo que a los ojos de unos es una cosa, a los de otros es otra. Si observamos nuestra historia reciente, encontramos personajes que para unos son héroes y para otros no. Y si buscamos personajes más antiguos, esos ya no son una cosa ni otra, sino simplemente personajes históricos. Nosotros mismos también somos capaces de heroicidades y villanías. Digamos que en mi literatura combato un poco la visión maniquea de la literatura propia de la modernidad, que oscila entre la visión rusoniana de que el hombre es bueno por naturaleza, y la de Freud, que piensa que el hombre es un estercolero, aunque realmente él trataba de convencernos de que no ocurría nada por airear esta basura. Pienso que el hombre tiene una inclinación natural hacia el bien, que se puede torcer por muchas causas, y también creo que, aunque te inclines hacia el mal, cabe la posibilidad de redención.
Una buena parte de ‘Me hallará la muerte’ se desarrolla teniendo como telón de fondo la División Azul.
Para el resorte que necesitaba sobre una larga ausencia del protagonista y la posibilidad de que regresase convertido en otra persona, la División Azul me venía muy bien. Este es un episodio histórico muy incómodo y novelesco. Algunos amigos míos de derechas, que han leído la novela, han empezado sus escritos pidiendo perdón porque les ha gustado y no quieren que la gente piense que a ellos les atraía este tema. Es algo loco, pero en España todavía funcionamos así. Yo me siento a gusto en los temas incómodos, porque a fin de cuentas ahí es donde tiene que explorar la literatura. Las ideologías se encargan de decir quiénes son los buenos y quiénes los malos y la misión de la literatura es ver cómo, en cualquiera de los dos supuestos, florecen vidas que, más allá de que hayan jurado lealtad a ideologías perversas, pueden estar repletas de una humanidad palpitante. Si uno profundiza en este asunto, descubre que el comportamiento de los divisionarios fue admirable. Combatieron en la guerra más brutal que haya habido jamás, en el frente ruso, y no existe ningún testimonio de que trataran con crueldad a los prisioneros o a las mujeres. Pero también es innegable que juraron lealtad a Hitler, aunque solo le apoyaran en su lucha contra el comunismo. Todo esto, como novelista, ya plantea un asunto interesante: sirvieron a una causa maligna pero observaron una conducta noble.
En la División Azul, al principio, se alistó gente idealista, pero al final se colaron personas de todo tipo.
Al final, la División Azul se convirtió en muchas cosas. Nunca dejó de ir gente por convicción ideológica, pero a medida que llegaban noticias del infierno que era aquello cada vez resultaba más difícil completar reemplazos para cubrir los cupos. Y claro, se alistó gente de la más baja condición. Yo diría que participaron personas por motivos muy diversos: desde el comunista que lo hacía para pasarse al enemigo en el frente hasta gente que huía de la justicia, incluso hubo quienes lo hicieron para rehabilitarse ante el régimen, porque durante la guerra habían combatido en el bando republicano. Tampoco podemos olvidar que al propio régimen le llegó un momento en que no le interesaba que se reclutasen más voluntarios.
La novela refleja las pasiones humanas, ¿desde el punto de vista literario qué resulta más atractivo: las pasiones o las ideologías?
Las pasiones de las personas pueden ser aplastadas y trituradas por las ideologías, pero siempre son más interesantes. He conocido personas muy sectarias, con la cabeza muy obstruida por su ideología, y al hablar con ellas te das cuenta de que la ideología es una costra con la que les han embadurnado el entendimiento. Pero los seres humanos, desnudos, tienen necesidades y anhelos y ese es el material más interesante para la literatura. Las ideologías me parecen sucedáneos religiosos muy reducidos, quiméricos y pobres. Al final  lo que hacen es limitar las posibilidades de las personas porque las vuelven menos curiosas ante la vida, precavidas y parapetadas detrás de sus convicciones. Esto también reza para la gente muy religiosa que transforma su religión en una ideología.
También hablas de distintos grupos sociales, como los delincuentes o la alta sociedad, ¿cada uno de ellos observa su propio código de conducta?
Sí, en la novela se reflexiona sobre esto y creo que un criminal puede tener su propia moral. Antonio, cuando regresa de Rusia, inicia una nueva vida y se queda admirado y horrorizado a la vez al ver como la gente, presuntamente respetable, es mucho más criminal, capaz de cometer tropelías infinitamente más atroces que las que él practicaba en su pasado como delincuente. Debajo de todo eso subyace el poder corruptor del dinero y de la colonización cultural que, en aquella época, era incipiente pero ya existía. Tengo clarísimo que el dinero es el principal destructor y corruptor de la humanidad. En el fondo la frase evangélica de no se puede servir a dos señores a la vez es una gran verdad. El dinero tiende a ocupar el lugar de Dios, es el ídolo por excelencia que destruye lo que toca: lealtades, afectos… Es un dios absorbente que lo reclama todo para sí.
Pero el dinero es necesario.
Como bien de uso, el dinero es bueno, pero en nuestra época ya no se consume o se intercambia por mercancías, se ha convertido en otra cosa. Lo vemos diariamente en esta crisis. Los filósofos antiguos lo veían claro. Es cierto que ellos no tenían inflación, pero decían que del dinero no se podía reclamar interés porque es una cosa que se consume y que solo se puede devolver tal y como está. En la modernidad, tras la reforma protestante, todo esto estalló y creamos la usura, según la cual fingimos que el dinero no se consume y se reproduce. Y eso es falso. A través de nuestro trabajo podemos reproducir el dinero pero él, por sí mismo, no puede. Y, sin embargo, estamos aquí, atenazados por esta crisis. España, sólo para pagar los intereses de su deuda, va a dedicar diez mil millones de euros, la segunda partida presupuestaria más importante detrás de las pensiones. El dinero es un dios voraz y todo el capitalismo financiero es una parodia de la eucaristía: la imagen de dios que se multiplica hasta el infinito entre sus seguidores.
Años después de su paso por el frente ruso, el protagonista de la novela regresa a Madrid. Cuando llega a la capital ¿quién ha cambiado más de los dos: Antonio Expósito o la ciudad?
Él ha cambiado mucho. La experiencia rusa lo ha destruido, lo ha convertido en un traidor, lo ha deshumanizado y cree que carece de escrúpulos morales. Sin embargo, al ver ciertas cosas se da cuenta de que sí que los tiene. Cuando llega a perder sus principios es cuando comienza su nueva vida y entra en una espiral que lo empujará a territorios mucho más amorales. Al final de la historia, se le presenta la oportunidad de redención, al igual que se nos presenta a todos en general.
¿Cómo era el Madrid del regreso, el de los años cincuenta?
Aunque el Madrid de los años cuarenta es más crudo, porque representa una ciudad de hambre y privación, en los cincuenta también resulta interesante porque está viviendo cambios muy importantes que afectan a la situación de España en el concierto mundial. Tras la visita de Eisenhower, nuestro país comenzó a ser reconocido en organismos internacionales y se establecieron tratados comerciales con las grandes potencias. Y todo esto se cocía en Madrid, aunque coexistiendo con situaciones de miseria.
La última: tú eres un enorme aficionado al cine y también crítico cinematográfico, ¿ves ‘Me hallará la muerte’ llevada a la gran pantalla?
No lo sé, pudiera ser una novela adaptable al cine, una adaptación bonita pero costosa y creo que requeriría de varios capítulos, una pequeña serie.

SOBRE JUAN MANUEL DE PRADA

Juan Manuel de Prada nació en Baracaldo, en 1970, aunque pasó su infancia y adolescencia en Zamora. Con su primer libro, ‘Coños’(1995), y los relatos de ‘El silencio del patinador’ (1995, ampliado en 2010) sorprendió a la crítica por su poderosa imaginación y su audaz uso del lenguaje. En 1996 debutó en la novela con la monumental ‘Las máscaras del héroe’, con la que obtuvo el premio Ojo Crítico de Narrativa de RNE. En 1997 recibió el Premio Planeta por ‘La tempestad’,que fue traducida a una veintena de idiomas y significó su consagración internacional, después de que la revista The New Yorker lo seleccionara como uno de los seis escritores más prometedores de Europa. Su tercera novela, ‘Las esquinas del aire’ (2000), también fue recibida con entusiasmo por los lectores y la crítica, así como ‘Desgarrados y excéntricos’ (2001). ‘La vida invisible’ (2003) recibió el Premio Primavera y el Premio Nacional de Narrativa, y con ‘El séptimo velo’ (2007) se alzó con el Premio Biblioteca Breve y el Premio de la Crítica de Castilla y León. Ha obtenido los más prestigiosos reconocimientos del periodismo literario, entre otros los premios Mariano de Cavia o César González-Ruano.