«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 7 de febrero de 2013

Ramón Palomar, periodista y escritor: “Quería escribir una historia sobre el lumpen español de medio pelo”

Ramón Palomar acaba de publicar su primera novela, ‘Sesenta kilos’, editada por Grijalbo,  una trama entre tramposos y estafadores del submundo hispánico de la droga, que se disputan la posesión de un goloso cargamento de cocaína. La acción, que discurre por diversos puntos del pentágono peninsular, no da tregua al lector hasta su desenlace, resuelto con habilidad, solvencia y dentro de los códigos propios de traficantes y delincuentes entre los que la palabra es ley y cuyo incumplimiento produce nocivos efectos para la salud, mortales mayormente. Por raro que parezca, por las páginas de ‘Sesenta kilos’ desfilan tipos de muy distinto pelaje, desde camellos hasta estrípers, pero ni un solo policía.

Ramón, a ti se te veía venir, parecía claro que un día u otro escribirías ficción, ¿es así?
Sí porque era una asignatura pendiente. Había publicado ya un par de recopilatorios de artículos y un dietario. Un grupo de amigos me animó para que escribiera una novela, así que un verano me pillo con suficiente energía y decidí probar. Por razones de edad [risas], ya no salgo ni duermo por la noche, así que me fijé un horario estricto de mañana y tarde y como tenía el andamiaje metido en la cabeza he escrito la novela que, para mi sorpresa, ha resultado bastante fluida.

¿Y por qué precisamente género negro?
El género negro siempre me ha atraído porque está enraizado en la realidad, es muy vivo y te permite ciertos delirios broncos. Yo no me veo escribiendo sagas familiares o folletines al estilo del siglo XIX. Tengo la suerte de ser hijo de un catedrático de francés que marchó a Francia y pilló el auge de la Serie Noire editada por Gallimard. Por eso en mi casa siempre han estado los clásicos, como Proust, Balzac o Stendhal, junto a los grandes maestros del género negro y cuando tenía catorce años, me los leí todos, desde Chandler a Thompson, pasando por Dashiell Hammet, W.R. Burnett,  Le Breton, Giovanni,  Simonet y otros autores mucho más desconocidos. Mi deriva hacia el género negro, por tanto, creo que ha sido algo muy natural.

¿Y de esos autores cuál o cuáles te han influenciado más?
De Chandler siempre me gustó la prosa que impregna sus novelas y, además, me interesó mucho su vida. Dashiell Hammet me atrajo porque fue quien inventó todo el cotarro y Thompson porque tiene mucha mala leche.

De lunes a viernes tú conduces un magazine radiofónico. Los magazines son como reportajes de la realidad, ¿la novela negra es su equivalente literario?
Creo que no porque el magazine que hago en la radio procuro que sea irónico y en mi novela hay ironía pero también hay momentos muy duros, porque nos ponemos serios [pausa, ¡clic!]. Claro que, ahora que pienso, eso también ocurre en la novela, así que cambio [risas] y digo que sí, que puede haber cierto paralelismo por esas mismas razones y porque el magazine, como el género negro, también está muy enraizado con la realidad.

¿El escritor de novela negra tiene algo de francotirador social?
Sí, creo que el oficio de escritor en general tiene algo de eso. Por mi formación periodística y por la obligación de escribir diariamente mi columna para ‘Las Provincias’, estoy muy al loro de la actualidad. Introducirme en determinados ambientes ilegales y estar muy atento a todo lo que ocurría me ha venido de perlas para la novela. Por supuesto, calladito y tomando buena nota mental de todo. Sacar un bloc y apuntar cosas allí mismo, pues como que no habría quedado muy bien, ¿no crees? [Risas]

¿Eres un novelista de plano o de intuición?
Tenía muy bien planificada la novela, pero cuando empiezas a escribir descubres que te faltan capítulos para llegar a los lugares a donde quieres ir a parar. Me di cuenta de que la escritura te obliga a deambular por caminos que no esperaba, porque la acción o los propios personajes te lo demandan.

¿Cómo surge la idea para escribir ‘Sesenta kilos’?
¿Quieres que te diga la verdad?

Claro, por supuesto que sí.
Hace unos quince años yo acudía a un chiringuito de tatuajes de unos amiguetes porque allí había tertulia por las tardes. Uno de los tatuadores me invitó a visitar a un conocido común, un tal Charli, que a cambio de una pasta vigilaba sesenta kilos de costo en un apartamento de Valencia y el amo de los kilos, que ya estaba escamado por un precedente que le había ocurrido en Denia, no quería que un robagallinas cualquiera se los llevara. Cuando lo visité, Charli estaba en calzoncillos, se alimentaba solo de pizzas y bocatas, llevaba media paranoia y tenía un machete en la mano. Y, como ocurre en la novela, él agitaba un poquito los ladrillos de coca y así conseguía que cayese un polvillo que aspiraba. Como quería conservar un recuerdo de aquel momento, me hice una foto tapándome la cara y me largué rápido de allí, porque en cualquier momento podían llegar la policía, los colombianos o los albanokosovares. Esta historia se me quedó muy grabada y anduvo revoloteando muchos años en mi cabeza hasta que pude recopilar más datos y lanzarme a escribir la novela.

Al comienzo del libro, se dice que la policía solo controla el ocho por ciento de la droga que se mueve por España, ¿está afirmación está contrastada?
A mí eso me lo dijo un tipo que curraba en Interior y, ciertamente, es normal que ocurra a pesar de que la policía española es muy buena y cada vez se lo pone más difícil a los narcos. España es la puerta de entrada de la droga en Europa y el puerto de Valencia, en tráfico de contenedores, supera a los de Marsella y Barcelona. Gao Ping, por ejemplo, introducía toda su mercancía por Valencia. Con este volumen de movimientos es muy difícil que la policía pueda controlarlo todo. Además, los narcos no son tontos, saben camuflar la droga y dejar que les pillen pequeñas cantidades como ejercicio de distracción mientras introducen el grueso del cargamento por otro lado.

‘Sesenta kilos’ es una novela policiaca en la que no aparecen maderos, ¿cómo se come eso?
No me apetecía narrar una investigación policial al uso. Quería escribir una historia sobre el lumpen español de medio pelo y hacer una foto de su funcionamiento, de sus vidas, de sus amores, de su violencia... Y para contar todo eso no me hacían falta polis.

‘Sesenta kilos’ también es una novela de parejas: Mauro y Amapola, Frigorías y Carapán, Arturito y Yeyo, Mauro y Ventura, Charli y el Nene…
No había pensado este detalle, pero sí es cierto que todos los personajes están emparejados, excepto el contable que es quien se queda un poco solo, incluso hay cambios de pareja. Y ahora que lo dices, me gusta especialmente la que forman Frigorías y Carapán.

Un personaje lleva tatuado en un lugar de su cuerpo la frase ‘Tu verdad es mi mentira’ que es el título de otro de tus libros, ¿juego literario, metaliteratura?
Pretendía hacer un guiño divertido y muy privado. De todos modos, ese título procede de una noticia aparecida hace años en la prensa de Barcelona, que hablaba del hallazgo de una prostituta muerta que llevaba tatuada esa frase. Me gustó, me pareció muy apropiado para aquel dietario y ahora me ha apetecido retomarlo para incluirlo en ‘Sesenta kilos’.

Los tacos también juegan un papel importante en el género policial y en la novela están bien dosificados.
No lo sé. A mí me salen de manera espontánea. Mi novia flipa conmigo porque dice que no conoce a nadie que los suelte con tanta naturalidad.

Fusca, hierro, revólver, cacharra, pipa, pistola… El castellano es rico en sinónimos para referirse a esta arma de fuego.
Un amigo mío, que es policía, me ha asesorado sobre estos términos y son absolutamente reales. Pero ellos, y los malotes, los usan de un modo muy espontáneo, como a ti y a mí no nos saldría nunca.

En el libro aparecen varias ciudades: Valencia, Tánger, Madrid, Algeciras… Pero no citas calles concretas.
Creo que es mejor dibujar tres o cuatro pinceladas para situar el decorado, así los lectores que no conocen los lugares no se sienten a disgusto. Además pienso que es especialmente importante en novelas como ‘Sesenta kilos’, que se desarrollan en varios sitios. Si describes con excesiva minuciosidad los escenarios puedes aburrir, hacerte cargante y la historia entonces pierde potencia. A lo mejor en otro libro futuro sí necesito hacer descripciones más completas porque la ciudad en cuestión sea la protagonista de la novela.

Camarón ocupa un lugar destacado en estas páginas, ¿qué significa Camarón para un gitano?
Para ellos Camarón es como Maradona para los futboleros: es dios. Muchos incluso lo llevan tatuado. Y eso lo he documentado muy bien en la novela. Mientras la escribía tuve acceso a varios atestados en los que la policía describía decomisos de cinturones y cadenas que llevaban hebillas o chapas con el careto de Camaron. Parece una religión y ¡que no se lo toquen!

En un pasaje de la novela, refiriéndote a un personaje podemos leer que era “negro, facha, chivato, seguidor del Real Madrid”, ¿todas esas palabras son sinónimos?
[Risas] No, no lo son, pero es verdad que en Valencia conocí a un tipo que era así. La mezcla me pareció tan friki y explosiva que me dije que tenía que utilizarla en ‘Sesenta Kilos’.

No hace mucho, un escritor me comentó que los quinquis parecía que tenían más dinero y más sexo que el resto de los mortales, ¿eso es así?
No lo tengo tan claro. Hay mucha gente presuntamente normal que guarda sus rinconcitos oscuros. Observa que cuando en Inglaterra aparece un tipo muerto por asfixia sexual, casi siempre es un ex-ministro o un diputado. Las pasiones por la fusta y la disciplina son propias de las clases altas.

Para resolver ‘Sesenta kilos’ utilizas los códigos de conducta propios de los delincuentes, muy alejados de la legalidad vigente, ¿estos códigos existen, son ciertos?
Claro, totalmente, son códigos fetén y por lo que me han contado mis informantes las cosas suceden así. El mundo del hampa funciona igual que una empresa y, como no se firman contratos delante de un notario, lo que vale es la palabra. Si alguien no la cumple, como no pueden acudir lógicamente a la policía, recurren a las palizas o a los tiros. La gente que se mueve en este mundo ha de ser discreta y seria y, si mantiene la palabra dada, los negocios le afluyen por sí solos.

Terminamos, ¿seguirás por esta senda tan negra?
Si puedo sí. Las columnas diarias de prensa y los dietarios me sirven para publicar un libro cada diez o quince años, porque a mí el género memorialístico siempre me ha gustado mucho, pero si el mercado de género negro funciona, me gustaría continuar por ahí.



SOBRE RAMÓN PALOMAR

Ramón Palomar nació en Nancy (Francia), hijo de padres valencianos. Vivió en Tánger, donde curso la enseñanza primaria en un colegio francés y, posteriormente, pasó a residir en Valencia, donde estudió el bachillerato. Inició la carrera de Filología Románica aunque, por caprichos del destino, terminó dedicándose al periodismo como conductor de uno de los programas matinales de radio más seguidos en la capital del Turia y colaborando en el periódico ‘Las Provincias’ con una columna diaria. Ha publicado dos recopilaciones de sus árticulos, ‘El ojo y la bala’ y ‘Carne, cielo y chatarra’, así como el dietario ‘Tu mentira es mi verdad’.