«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 3 de abril de 2014

Almudena Grandes, escritora: “Las mujeres que se reunían en la cola de la Cárcel de Porlier tejieron una solidaridad que tenía como horizonte común derribar el franquismo”.

Para Almudena Grandes la literatura es trabajar. Escribir es una profesión sujeta a los horarios fijos, quizá flexibles, de un reloj invisible. Cada mañana se levanta y se pone a ello, excepto ahora que, como ella misma dice “voy de la Ceca a la Meca, haciendo bolos”. Si no tiene ganas de darle a la tecla, se sienta y repasa lo que escribió el día anterior. El problema es que, cuando esto sucede, probablemente se debe a que hay algo que no funciona como esperaba. “Y eso, normalmente, se soluciona arrojando veinte páginas a la papelera y volviendo a empezar”. La escritora madrileña tiene nueva novela en el mercado: ‘Las tres bodas de Manolita’, editada por Tusquets, tercera entrega de su serie Episodios de una Guerra Interminable.
Almudena, tú eres licenciada en Geografía e Historia, ¿de alguna manera tu vocación de historiadora, de investigadora, resurge en esta serie de novelas?
Mira, he  llegado a la conclusión de que mi familiaridad con la historiografía, su metodología, y el respeto por la carrera que estudié me han permitido escribir estas novelas. Sin no hubiera tenido tan interiorizada mi formación no habría podido hacerlo. Soy muy escrupulosa y al escribir una novela basada en hechos reales trato de encontrar un equilibrio entre la libertad y la lealtad. Como creadora he de sentirme tan libre como un escritor que escribe ficción, pero he de alcanzar un compromiso de lealtad con la realidad y no manipular los datos. Como novelista escojo los datos y los puntos de vista que me interesan, pero no puedo falsear la verdad diciendo que lo negro es blanco y lo blanco negro.

¿En un proyecto tan extenso como este, utilizas los mismos planteamientos para captar la atención del lector que cuando escribes novelas más cortas?
Ocurre que los libros de esta serie son independientes y hasta ahora no se parecen entre sí. Y el próximo tampoco se va a parecer. Los dos primeros trataban de la guerrilla, pero vista desde dos lugares antagónicos: el cuartel general de la guerrilla y una casa cuartel de la Guardia Civil. En ‘Las tres bodas de Manolita’, la narración da un giro y la resistencia armada se convierte en resistencia civil. Aquí la hazaña consiste en llegar vivo al día siguiente. Cuando escribo procuro no aburrirme y trato cada historia de acuerdo con las necesidades que presenta, porque estas novelas cambian incluso de género literario, presentan planteamientos diferentes y las resuelvo en función de los intereses de cada una de ellas. Al hacerlo de este modo pienso en los lectores igual que si se tratase de otro tipo de novelas.
Por ’Las tres bodas de Manolita’ desfilan muchos tipos distintos, tantos que has incluido un dramatis personae, ¿estamos ante una novela de personajes?
Sí, es una novela de personajes porque tiene una estructura que se parece mucho a la de mi novela ‘El corazón helado’. Hay doce capítulos, los impares los cuenta Manolita, en primera persona, y los pares, en tercera persona, narran las historias de los demás protagonistas porque aquí todos lo son. Pero no se trata de un juego de perspectivas, sino que es necesario explicar su historia individual para comprender cómo se comportan en las distintas situaciones. Cada personaje tiene su propio mundo, su propio entorno y vive su propia existencia. El dramatis surgió porque mi hija leyó la novela y me comentó que tal vez le convendría una lista de personajes. Como eso es algo muy propio de las novelas rusas del siglo XIX, que me entusiasman, me encantó la idea y me puse a la faena.
La protagonista, Manolita, en principio, solo quiere ser feliz. Sin embargo, terminará implicándose y convirtiéndose en una resistente. Durante la posguerra, ¿se podía sobrevivir sin comprometerse de algún modo?
Creo que no era posible. La posguerra fue menos dura para la gente que, de alguna manera, no se había rendido y era consciente de lo que ocurría realmente en el país, que para los que se rindieron de verdad. Desde el punto de vista psicológico, era mucho mejor esa postura, que es la que termina adoptando Manolita, aunque al principio la llamaban la señorita “Conmigo no contéis”. Era una actitud que hizo más soportable una época tan espantosa como aquélla.
Pero Manolita no se implicó desde el primer momento, sino que sufrió un proceso de concienciación paulatina.
Es verdad. En realidad, esta novela tiene un escenario principal que es la cola que se formaba a la puerta de la Cárcel de Porlier, donde se reunían una serie de mujeres que tejieron una solidaridad con un horizonte común: derribar el franquismo. Su concepto solidario era muy distinto del de ahora. En nuestros días hay gente que ayuda todo lo que puede pero no tiene nada en común con otras personas que hacen lo mismo, son experiencias individuales. Manolita comenzó su transformación en ese territorio, en esa cola. Allí conoció a muchas personas y descubrió que la realidad que la envolvía era mucho más grave de lo que a simple vista parecía.
¿Hambre es la palabra clave para entender el significado de la posguerra?
Creo que hay dos palabras que definen muy bien la posguerra: hambre y corrupción. El hambre es la palabra principal, la catástrofe más incomparable. Manolita en varios momentos de la novela reflexiona, hace juegos con lo que es malo y lo que es peor y dice que son tonterías porque lo peor no se podía comparar con nada. Y lo peor para ella tenía que ver con el hambre, con la incertidumbre de no saber qué iban a comer al día siguiente. Pero también la corrupción fue la otra realidad de los años cuarenta, una corrupción completamente distinta de la de hoy y que tenía que ver con el negocio que hacían los vencedores con los vencidos, con la desesperación de esa gente derrotada.
La corrupción siempre es terrible, pero es muy triste que hubiera corrupción en la posguerra, la corrupción de la miseria.
Sí, es muy triste. La historia de este país es muy miserable. Pero para entender lo que ocurrió entonces hay que conocer la psicología de los vencedores. España, que ha sido una excepción histórica en muchas cosas, también lo fue en el hecho de que después de la guerra no llegase la paz. Después de una etapa de linchamiento y venganza, en otros lugares empezaron las políticas de reconciliación nacional, las asistenciales y las de integración. Los países se refundaron. Eso ocurrió incluso en Italia y Alemania. Pero aquí, como la guerra fue una cruzada por Dios y por España, los rojos representaban la antiespaña, el demonio. Y después de la guerra no vino la paz sino la victoria. Hay historiadores que hablan de que en lugar de políticas de reconciliación, en España se practicaron políticas que propiciaban que se hiciera la vida imposible a casi la mitad de la población.
Dentro de esta corrupción, los curas se movían con enorme libertad y gozaban de gran capacidad para maniobrar, lo que aprovechó el capellán de la Cárcel de Porlier para organizar un negocio de bodas y visitas entre los condenados y sus parejas, a dos mil pesetas la boda y doscientas la visita, con preferencia para los condenados a muerte.
Los curas tenían la ventaja de que la iglesia y el estado eran una misma cosa. Un cura, por el solo hecho de serlo, representaba al poder. En este caso, el capellán de la Cárcel de Porlier montó un gran negocio, sin que se enterase ni el mismo director de la cárcel, ni el Ministerio de Justicia, ni nadie. Pertenecieron al aparato del estado durante cuarenta años y eso mismo es lo que todavía se cree Rouco Varela ahora y, por ello, se siente legitimado para decir lo que dice.
Durante la Guerra Civil, los enfrentamientos entre comunistas y anarquistas eran frecuentes. Sin embargo, dos personajes de ‘Las tres bodas de Manolita’, La Palmera y Antoñito, uno anarquista y el otro comunista, aquí hacen causa común.
Después de la guerra esos enfrentamientos dejaron de tener importancia. Si bien en el bando republicano las disensiones internas fueron importantes y tuvieron nefastas consecuencias para el desenlace de la guerra, en la posguerra les unió el antifranquismo. En la novela incluso podemos encontrar personas, sin militancia concreta, que se juntaron con otras con las que no tenían nada que ver, pero con las que compartían una misma idea de justicia.
En el libro también aparece algún homosexual, como la Palmera. Los homosexuales, durante la posguerra, ¿fueron “consentidos” o perseguidos?
No fueron consentidos, fueron perseguidos. Yo quería reflejar en la novela que para ellos la vida fue mucho peor. Mientras todo el mundo sufría por lo que le pudiera pasar si se salía de la fila, los homosexuales tenían miedo por sí mismos, por ser lo que eran. Después de la época republicana, en la que gozaron de una libertad muy importante, su existencia debió de ser horrible y tuvieron que vivir en la clandestinidad más absoluta. Si bien, como en tantas otras cosas, en la oligarquía franquista había una tolerancia que para el pueblo llano no existía. De este modo, hubo falangistas y franquistas homosexuales, a los que se les protegía sin que les ocurriese nada.
Un personaje que llama mucho la atención es Antonio de Hoyos y Vinent, un aristócrata convertido al anarquismo, que puso sus bienes a disposición de la causa libertaria.
Antonio de Hoyos fue un personaje real que me resulta muy conmovedor, igual que toda la historia de la comuna de la calle Marqués de Riscal. Manolita afirma de él que era dos veces auténtico: como señor y como anarquista y me emociona mucho que muriera en la Cárcel de Porlier cuando él pudo buscar algún otro camino para salvarse pero no lo hizo. El marqués representa la España que se perdió.
También nos tropezamos con un traidor, ¿era fácil ser traidor en la posguerra?
Lo que era fácil en la posguerra era ser delator y confidente, porque había mucha necesidad y miedo a la policía franquista, que empleaba métodos brutales.
El prototipo del traidor o del delator en la novela es El Orejas, un remedo del comisario Conesa.
Sí, yo no conozco a nadie que llegase tan lejos como Conesa. Pero se saben pocas cosas sobre su pasado porque fue muy cuidadoso con este asunto. Es cierto que perteneció a la pandilla de Antón Martín, que trabajó en un ultramarinos, que estuvo afiliado a la JSU y poco más. Como no encontraba más información sobre él, tras darle muchas vueltas decidí inventarme el personaje y le puse el nombre del Orejas, que era como le llamaban cuando era joven. La invención ha sido un proceso complicado, pero estoy contenta con el resultado final.
¿Cuál es la banda sonora de ‘Las tres bodas de Manolita’?
Manolita escuchaba copla, Estrellita Castro y las demás cantantes de entonces. La copla era lo único que había, lo único que se escuchaba.
¿Te sientes con fuerzas para acometer el resto del proyecto?
Sí, me quedan fuerzas todavía. Este verano comenzaré con la cuarte entrega que va de espías. Tengo claro que el proyecto completo son seis novelas y no creo que flaquee, aunque eso no quiere decir que, si se me cruza alguna otra historia,  no lo interrumpa para escribirla.
La última por esta ocasión: ¿todavía faltan cosas por contar sobre la posguerra?
Claro que quedan  y muchas. Los españoles vivimos encima de una mina de oro, pisamos un filón de historias: de villanos, de héroes, de misterios… Todo eso es un material irresistible para un escritor. Y a mí no me va a dar tiempo a contarlas todas.



SOBRE ALMUDENA GRANDES

Almudena Grandes (Madrid, 1960) se dio a conocer en 1989 con 'Las edades de Lulú', XI Premio La Sonrisa Vertical. Desde entonces el aplauso de los lectores y de la crítica no ha dejado de acompañarla. Sus novelas 'Te llamaré Viernes', 'Malena es un nombre de tango', 'Atlas de geografía humana', 'Los aires difíciles', 'Castillos de cartón' y 'El corazón helado', junto con los volúmenes de cuentos 'Modelos de mujer' y 'Estaciones de paso', la han convertido en uno de los nombres más consolidados y de mayor proyección internacional de la literatura española contemporánea. Varias de sus obras han sido llevadas al cine, y han merecido, entre otros, el Premio de la Fundación Lara, el Premio de los Libreros de Madrid y el de los de Sevilla, el Rapallo Carige y el Prix Méditerranée. Su novela 'Inés y la alegría', ha merecido el Premio de la Crítica de Madrid, el Premio Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska y el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. Con ella inauguraba la serie Episodios de una Guerra Interminable, cuya segunda entrega fue 'El lector de Julio Verne'.