«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

jueves, 24 de julio de 2014

Juan José Gómez Cadenas, escritor: “Aunque no tengo nada contra la ficción puramente lírica, no me veo a mí mismo escribiendo sin implicarme socialmente”

En una sociedad empobrecida y radicalizada, dividida entre VIPS y parias, adormecida políticamente y donde un cruel deporte, la Spartana, se ha convertido en el panem et circenses global, Vega Stark, una joven atleta que lucha por hacerse un hueco en el mundo de la ciencia, se verá envuelta en un desafío crucial para el destino de la humanidad. Este es el punto de partida de ‘Sparana’, la distopía escrita por Juan José Gómez Cadenas, editada por Espasa, cuya acción arranca en un Madrid arruinado por la crisis y llega hasta la futurista ciudad de Alberta, en un mundo dividido y gobernado por la Federación Angloamericana y Rusia, o lo que es lo mismo, entre anglos y ruskis.
Juan José, ¿qué te aporta la ficción que no encuentras en tus escritos científicos?
De pequeño yo ya quería ser escritor antes que científico, algo que me ocurría por razones muy simples: mi padre era marino de guerra y cambiaba de destino cada cuatro años y con él también iba yo. Y un niño, que cambia de destino con tanta rapidez, tiene muy pocos amigos. Mi padre, además, poseía una gran biblioteca y yo leía mucho. De ahí me viene mi vocación escritora. Por avatares de la vida, en el terreno científico no publiqué nada en formato libro hasta muy tarde y durante todo ese tiempo no paré de escribir ficción, aunque sin editar. Hago divulgación científica porque me gusta y trato de reunir ambas vocaciones, literaria y científica, pero sin duda disfruto más cuando escribo novelas o cuentos.
A la hora de escribir ficción, ¿te condiciona tu trabajo como científico?
Sí y no. En ficción he publicado cuatro libros y en cada uno de ellos he utilizado un género distinto. Esta es la primera vez que me adentro en la ciencia-ficción, pero lo hago avanzando sólo cincuenta años, que sé que es lo máximo que puedo extrapolar.  Desde mi punto de vista, ‘Spartana’ es un cruce entre Orwell y Verne, entre una novela social y una de aventuras.
¿El que escribe del futuro es porque no se atreve a hacerlo del presente o lo hace para vaticinar lo que nos espera?
Creo que no es tanto que no te atrevas a escribir sobre el presente, sino que usas el futuro, muy cercano, como metáfora del presente, al menos eso es lo que he pretendido hacer en ‘Spartana’, donde he utilizado un futuro muy reconocible. Cuando un escritor escribe una distopía lo hace para conjurarla o para ponerla en perspectiva.
Mientras leía ‘Spartana’ a mi mente acudió la película ‘Los juegos del hambre’.
Esta novela se las ha tenido que ver con ese referente, a pesar de que cuando se proyectó y yo la vi, llevaba ya un año escribiéndola. Y no digo que no me influenciara, pero la película plantea un cuento de hadas en lugar de un escenario realmente distópico y, además, la protagonista sigue igual, no evoluciona. Creo que mi novela tiene vocación de dirigirse a la gente joven y dibuja un futuro mejor elaborado del que podemos aprender muchas cosas. Con relación al futuro cibernético que dibuja la película, digamos que he procurado contenerme y llevar a cabo una extrapolación modesta.
En la novela el mundo está  dividido en dos zonas, ¿hay algún fundamento para situar esta división dentro de los próximos cincuenta años?
No, es una fecha arbitraria. Como he dicho antes, elegí ese plazo porque, si lo hacía más corto, no me lo creía y, si lo hacía más largo, no sabía predecirlo. Con relación a la división territorial del planeta, países con petróleo y países sin él, hay un elemento que quiero utilizar y que son las razones de las crisis. Hasta ahora las que hemos padecido eran financieras, pero si llega alguna crisis energética será más profunda y es posible que se polarice el planeta entre países que tienen petróleo y los que no lo tienen. Es una posibilidad que tal vez dentro de cincuenta años pueda suceder. 
El vocabulario de ‘Spartana’ hace pensar en Anthony Burgess.
Cuando a alguien le preguntan si en su libro se nota la presencia de Burgess, la respuesta es que sí.  ‘La naranja mecánica’ es un referente para todo este tipo de narraciones. Pero la verdad es que cuando desarrollé el vocabulario de la novela no estaba pensando en él. Trabajé ese aspecto porque también quería crear una ficción consistente a través del lenguaje utilizado, que ha de ser consecuente con el hecho de que la acción se desarrolla dentro de cincuenta años, momento en que muchas cosas habrán desaparecido y habrán surgido otras nuevas.
Continuando con el lenguaje, se observa también el contraste que estableces entre un escenario futurista y el manejo de palabras (palestra, spartana, hoplita…) procedentes de la Grecia clásica, ¿con qué objetivo?
Hay algo que aprendí de la factoría Disney mientras veía sus películas junto a mis hijos: cómo cuenta sus historias en base a dos registros. En ‘Spartana‘ he intentado que ocurra lo mismo. Tiene dos lecturas, una para gente joven y otra para público más adulto, es una mezcla de novela de aventuras con referencias más elevadas. El propio espectáculo Spartana es un deporte de masas, pero también tiene lago de farsa, de burla. En el fondo no es más que el panem et circenses de los romanos, el deseo de controlar a la masa mediante el engaño del espectáculo. 
¿Los usos gastronómicos del futuro que aparecen en ‘Spartana’ son los tuyos propios o intuyes que son platos que existirán dentro de cincuenta años?
Una de las cosas que me obsesionaba mientras escribía era no caer en anacronismos. De hecho, en las revisiones, cacé muchos y los fui eliminando. Lo de la gastronomía podría ser un anacronismo o no, pero los que cito en el texto son platos que conozco, mezclados con otras variantes, no son algo trivial. He tratado de explicar que el gusto por la comida dentro de cincuenta años no será local, sino que se habrá internacionalizado.
¿Las máquinas nos dominan a nosotros o es al revés, nosotros las controlamos a ellas?
No, todavía no nos dominan. En las versiones iniciales de ‘Spartana’, el trasunto cibernético era más palpable, pero a medida que repasaba la novela observé que había un componente que me atraía más y que era el humano conectado a la máquina, el hombre-ordenador. Creo que las amenazas terribles que puedan sobrevenirnos en el futuro, en contra de lo que pensábamos en los años cincuenta, no llegarán a través de las máquinas, que son unas benditas´, sino por la manipulación genética que seamos capaces de desarrollar. El mundo virtual no me preocupa, nos adaptamos perfectamente a él, sin embargo no nos adaptaremos con la misma facilidad a la genética. Haremos barrabasadas con el cerebro humano y con los animales que nos rodean.
Sigamos con las computadoras. Isaac Asimov, en uno de sus cuentos, planteaba la elección del presidente de un gobierno por parte de un ordenador, ¿esto será realidad alguna vez?
Quizá y, tal vez fuera estupendo si se hiciese bien. Hay quien opina que los presidentes de gobierno se deberían elegir por sorteo. Dicen que el escogido se rodearía de especialistas en las distintas materias y sería un buen presidente. Ahora bien, la gran pregunta es que, si vamos a programar la máquina  para ese menester, entramos en el terreno de la inteligencia artificial y ahí soy más escéptico. Esperábamos mucho de ella y creo que se ha avanzado bastante, pero no en la dirección de máquinas que sienten y piensan, sino en el sentido de desarrollar sistemas expertos rápidos que pueden reconocer cualquier cosa, pero no pensar por sí mismos.
‘Spartana’ hace mucho hincapié en las diferencias sociales que podemos encontrarnos en el futuro.
Es necesario que exista una implicación social de cualquier ciudadano que se precie. Aunque no tengo nada contra la ficción puramente lírica, no me veo a mí mismo escribiendo sin implicarme socialmente. Gabriel de Celaya decía que la poesía es un arma cargada de futuro y creo que con la literatura ha de suceder lo mismo. Hasta ahora, el último baluarte de la democracia es que todos nos morimos igual y creo que caminamos hacia una sociedad en la que los ricos vivirán cien o ciento cincuenta años y no echarán a nadie de menos, porque estarán rodeados de todos sus amigos que seguirán bien vivos. Y los pobres tampoco echarán de menos a nadie, pero será porque estarán muertos. De todos modos y a pesar de lo que pueda parecer, el final de la novela no es pesimista, porque interviene una ciudad rebelde, ubicada en la Antártida, en la que sus habitantes sin excepción son científicos, y se convierte en el último reducto de la Humanidad. A diferencia de los humanistas y como científico que soy, no puedo evitar ser optimista.
La última por hoy: al comienzo de ‘Spartana’ incluyes esta frase de Orwell: “Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano”.
Tropecé con Orwell a mis 18 años, aún faltaba tiempo para llegar al año 1984. Me acuerdo que leí esa novela de un tirón, que me cabreé con todo el mundo y que estuve un mes enfadadísimo. La segunda lectura de ‘1984’ fue más reposada y entonces comprendí que el escritor británico no escribe así para fastidiar, sino para resaltar la humanidad de sus personajes. La forma en que es capaz de destruir en su novela a las buenas personas, que es lo que hace la sociedad totalitaria, me impactó brutalmente y me ha obligado a vivir con los ojos bien abiertos desde entonces.


SOBRE JUAN JOSÉ GÓMEZ CADENAS
Físico y escritor, Juan José Gómez Cadenas (Cartagena, 1960) es profesor de Investigación del CSIC, catedrático excedente de Física Atómica y Nuclear y director del grupo de Física de Neutrinos del Instituto de Física Corpuscular de Valencia. Formado en Estados Unidos, trabajó durante ocho años en el CERN y ha sido profesor visitante en diversas universidades e instituciones científicas de todo el mundo. Como escritor es autor de los libros ‘La agonía de las libélulas’, ‘El ecologista nuclear’ y ‘Materia extraña’.