«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

lunes, 27 de octubre de 2014

Pere Cervantes, escritor: “Soy un obsesivo del desarrollo psicológico de mis personajes”.

Es mediodía. Octubre y sábado. Nos citamos al pie de la torre de la Iglesia de San Valero, en pleno cogollo del Barrio de Russafa de Valencia. Allí encuentro a Pere Cervantes, un escritor que debuta en el género negro con ‘No nos dejan ser niños’, publicado por Ediciones B, la historia de los crímenes cometidos por un psicópata en la isla de Menorca, al que debe dar caza la protagonista, María Médem, una policía que, además es madre y tiene que atender también sus asuntos domésticos. Como María, Pere es policía, más de veinte años en servicio activo, lo que sin duda matiza de modo especial su actividad creadora. El sol no hace justicia a la estación que vivimos. Al contrario, se muestra con un poderío insultante más propio del mes de agosto. Caminamos despacio hasta Pan Aria, una panadería-cafetería próxima a la iglesia, en la que compartimos unos cafés equivocados y charlamos sobre su trayectoria literaria. Y de la policial, claro, sin descuidar la novela.
Pere, ¿qué le aporta la ficción a la vida de un policía?
La ficción le aporta entusiasmo y pasión, es un refugio seguro. Supongo que también hay una parte terapéutica en esta actividad, me di cuenta de ello al escribir la primera novela que publiqué tras mi experiencia personal en Kosovo. Con el paso del tiempo, además, la escritura se ha convertido en una vía de escape de la que me siento plenamente dependiente.
¿Y cuándo, dónde y cómo escribes?
A veces cojo el portátil y escribo fuera de casa, en otros lugares, porque mi inspiración no depende en absoluto del sitio en el que me encuentre. Pero en verdad prefiero hacerlo en mi entorno familiar y, si es donde está la biblioteca, mucho mejor.
Tienes publicados varios libros y ahora te has decantado por la novela negra, ¿qué te ha llevado a ello?
Bueno, soy lector de toda la vida de este género, pero no he escrito antes novela negra porque me producía tanto respeto que han tenido que transcurrir quince años y cuatro libros publicados, tres de ellos novelas, para decidirme a dar el salto y ponerme a ello.
¿Se parece la realidad policial, el día a día de una comisaría, a la ficción de las novelas policiales que leemos por ahí?
En algunos casos, sí; en otros, no. Normalmente en España, la ficción, en cuanto a novela negra se refiere, está ganando mucho y encontramos autores muy bien documentados, a pesar de que sigue existiendo algún estereotipo anclado en el tiempo y que no se corresponde para nada con la realidad.
Sigamos con la policía, ¿qué opinan tus compañeros de tu actividad escritora?
A nivel de compañeros, he encontrado mucho apoyo siempre. Al principio se tomaban mi escritura como un hobby, pero ahora que ven el nivel profesional en el que me encuentro, ya lo miran de otro modo y piensan que he encontrado una pasión por encima de mi trabajo. 
¿Cómo  surge el proyecto de escribir ‘No nos dejan ser niños’?
La idea procede de mi agente literaria. Un día me comentó que Ediciones B estaba interesada en encontrar un escritor que fuese capaz de escribir una novela con protagonista femenino que, además, debía tener problemas con su suegra, todo ello ahormado bajo la estructura de un thriller. Fuimos cuatro o cinco escritores los que presentamos nuestros proyectos y escogieron el mío.
Por tu condición de policía, resulta inevitable preguntar si la novela está basada en un hecho real.
No, no, el argumento es totalmente ficticio, aunque el proceso policial que ocurre en la novela es real y está basado en experiencias de compañeros pertenecientes al Grupo de Homicidios.
‘No nos dejan ser niños’ se lee fácil, fluido, rápido, ¿cómo definirías tu estilo?
Me comporto como un escritor que estudió durante dos años la profesión de guionista en la Academia de Cine de Cataluña. Mi premisa es entretener, porque no creo que la novela policiaca deba plantearse mucho más, y para conseguirlo existen determinadas herramientas técnicas que yo utilizo. Si, además, logro emocionar, de lujo. Mi objetivo es cazar al lector y, si se me permite la expresión, manipularlo. Después que guste y que lo consiga ya es otra cosa. Estoy obsesionado por el desarrollo psicológico de los personajes y cuido también el aspecto literario de mis novelas. De hecho, tengo cierta tendencia a pensar que mis escritos no son suficientemente literarios y, por ello, en la fase de corrección me comporto como un auténtico psicópata y destruyo mucho.
Por esa formación como guionista a la que aludías, imagino que te atienes mucho al guión previo. En este sentido, ¿algún personaje ha intentado jugártela y reclamar un papel más importante?
[Risas] La verdad es que no se me ha escapado ningún personaje, aunque sí es cierto que he tenido que hacer que callase alguno que reclamaba una mayor cuota de protagonismo. Antes de completar la escaleta de situaciones, preparo una escaleta individual para cada personaje. Así, por ejemplo, Galván, el profiler de la novela, se iba de madre y trataba de convertirse en un tipo tan importante como los propios protagonistas. No tuve más remedio que dejarle claro que su papel era el de segundón y colocarlo en su sitio.
En la narración alternas la primera y tercera persona, ¿por qué?
Lo pide la propia historia. En mi caso, no puedo conocer la voz del narrador hasta que no tengo concluida la estructura integral de la novela. A partir de ahí me planteo cuál es la más adecuada. Si lo hiciese al revés me costaría mucho escribirla, incluso creo que el texto chirriaría. Al ser la protagonista una mujer, a través de la subtrama relacionada con la suegra me di cuenta que debía narrar todo lo concerniente a ella utilizando la primera persona.
Centrándonos en María Médem, ella es policía y tiene un niño de pocos meses de edad, ¿se puede conjugar el oficio de policía de homicidios con la condición de ser madre?
No es nada fácil conseguirlo, sobre todo si, como ocurre aquí, la mujer pertenece al Grupo de Homicidios, que tiene unos horarios especiales y muy anárquicos. De hecho el tema de la conciliación familiar con el trabajo trato de reflejarlo en la novela con un cierto tono reivindicativo, desnudándolo y mostrando lo que ocurre realmente, porque una cosa son las leyes que rigen en estos casos y otra distinta su aplicación.
Hablemos del escenario, ¿cómo te vino a la mente la idea de ubicarlo en la isla de Menorca?
Era muy importante la elección del lugar. Al principio, me decidí por Barcelona, pero no me cuadraba porque desde el año 2005 quienes se ocupaban de estos casos son los mossos d’esquadra y no iba a escribir sobre ellos, porque yo soy policía nacional y prefería basarme en mis propios conocimientos. Ya que no podía ser Barcelona, no me apetecía escoger una ciudad grande y me centré en un espacio más reducido, con un puntito claustrofóbico. Menorca me pareció el sitio ideal porque es una isla. Mientras lo decidía, me vino a la cabeza la idea que algunas novelas de la escritora Camilla Lackberg también transcurren en islas y eso, de alguna manera, terminó de decidirme.
En este tipo de escenario, pequeño y cerrado, ¿la existencia de un psicópata produce  mayor repercusión entre la población?
Sí, claro, sin duda. Si navegas por Google descubres que Menorca tiene episodios muy negros a lo largo de su historia. En relación a su densidad de población es el lugar de España con mayor número de suicidios y este detalle también me encajaba a la perfección con la trama. Yo viviría mañana mismo en Menorca, para mí esta isla es el paraíso, pero en el paraíso también ocurren estas cosas.
Nombrabas antes las novelas nórdicas. Si nos fijamos en las de Mankell, por ejemplo, el protagonista, Wallander, forma parte de un equipo más amplio. ¿En nuestro país, ante un caso tan importante como la captura de un psicópata, se trabaja con grupos más reducidos, de tres personas, como el que aparece en ‘No nos dejan ser niños’?
Es una buena comparación. En realidad, un Grupo de Homicidios en cada ciudad lo componen siete u ocho personas, no más. La Central está en Madrid y si el caso lo requiere, desplaza personal a donde haga falta. Pero hay que tener presente que estos policías no están solos, porque mueven a un grupo de científicos. Tres agentes son los que efectúan el trabajo del campo, pero a su alrededor siempre hay más, diez o doce personas por lo menos. En algunos casos específicos, como el reciente del pederasta de Ciudad Lineal, se implica a efectivos más numerosos.
Lo citabas antes. Me refiero al personaje de Galván. Es un profiler, un perfilador de caracteres, ¿este tipo de personas son muy utilizadas por la policía?
Cada vez más. En España al perfilador todavía le queda bastante recorrido. Es verdad que ya se ha creado un grupo en Madrid, cuyos miembros han realizado el curso del FBI y elaboran perfiles. Pero en ocasiones, la policía también contrata a profesionales externos, como el valenciano Vicente Garrido, que ya ha colaborado en varias investigaciones policiales y con bastante éxito.
En muchas novelas negras no importa mucho quién es el asesino. A ti, sin embargo, sí que te interesa, ¿por qué?
No sé si en el futuro cambiaré de registro, pero mientras escriba este tipo de novelas sí me interesa esta cuestión. Creo que en una novela policiaca el enigma es fundamental y el deber del escritor es mantenerlo vivo. Está claro que hay otros conflictos, tensiones y subtramas que contemplar en el texto, pero el enigma es importante. Otra herramienta más para enganchar al lector.
Alicia Giménez Bartlett me dijo una vez que ella no sabía quién era el asesino a priori y que lo descubría mientras escribía. Para Víctor del Árbol, por el contrario, una novela policiaca es una obra de artesanía: todas las piezas deben encajar perfectamente, ¿en qué posición te ubicas tú como escritor de género negro?
Soy como un enfermo de la estructura, sin ella no podría escribir. Actualmente preparo una segunda novela policiaca y todavía no he escrito ni una sola línea de texto, ni lo haré hasta que no tenga completamente acabado el guión. Curiosamente, me encuentro leyendo ‘Un millón de gotas’ de Víctor del Árbol y, desde luego, me quedo con su postura. Los escritores que no hacen guión y que, además, escriben novelas notables, para mí son genios, porque en mi plano mental no cabe esa improvisación. Soy un currante de la escritura, un trabajador duro que necesita tener clara la estructura.
Nos acercamos al final, ¿hay mucha suegra suelta por ahí que merezca ser asesinada?
[Risas] Alguna suelta sí que hay. Para escribir ‘No nos dejan ser niños’ me creé un perfil falso en Facebook, eso me permitió conocer el retrato de muchas suegras y descubrir un mundo interesante. No podía imaginar que existía tanto odio y manipulación entre suegras y nueras. Ahora ya sé que sí.
¿Mujeres y hombres matan del mismo modo?
No, y eso no lo digo yo. Dentro de los perfiles criminales hay estadísticas muy claras al respecto. Normalmente, la mujer no es muy violenta y, si mata, lo hace estrangulando. Los hombres son más brutos. También son diferentes los motivos que unas y otros tienen para matar.
La última por hoy: ¿María Médem ha nacido con vocación de serie?
Sinceramente, no, pero lo más probable es que sí lo sea, de hecho estoy trabajando ya en un segundo caso suyo. Otro proyecto, también de novela negra que, después de cinco años de trabajo, tenía prácticamente ultimado, va a quedar aparcado de momento.


SOBRE PERE CERVANTES

Pere Cervantes (Barcelona, 1971), diagnosticado por quien bien le conoce como un tipo nostálgico, tozudo por vocación y soñador, lleva casi veinticinco años pateando las calles de este país con una placa en el bolsillo, una pistola en la cintura y una mirada en modo grabación que le sirve, de primera mano, para crear sus novelas. Es lo que en el argot policial se conoce como un miembro de “la pringue”. Afirma que se licenció en la carrera errónea, pues en esa época no existía la licenciatura de narrador de historias, y que su experiencia de tres años en los Balcanes como observador de paz de la OUNU le enseñó que la hostilidad, al margen de etnias y religiones, suele atemperarse con la lectura. Es autor de ‘Trescientos sesenta y seis lunes’, ‘La soledad de las ballenas’, ‘Tranki pap@s’ y ‘Rompeolas’.