«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

sábado, 24 de enero de 2015

Juan Eslava Galán, escritor: “Los alemanes se dejaron camelar por Hitler y le siguieron, guiados por esa obediencia ciega que les caracteriza”

Escribe todos los días del año, incluidos sábados y domingos, excepto si “estoy de viaje promocional, como hoy, o con mi mujer”. Invierte en ello ocho horas diarias, aunque en verano su jornada laboral se prolonga un poco más. “De este modo, con tres folios diarios me da por lo menos para dos libros al año. Quizá habría que preguntar a los demás autores por qué escriben tan poco”. No ve la televisión, ni el fútbol, ni hace vida social. Esto último es una verdadera lástima, porque conversar de cualquier tema con Juan Eslava Galán es un gozo. Precisamente el pasado miércoles y en el Hotel Astoria de Valencia, pude hacerlo a propósito de la publicación de su nuevo libro ‘La segunda guerra mundial contada para escépticos’, editada por Planeta. Por sí mismo, el título ya lo explica todo, así que, sin más preámbulos, sin más argumentos, sin otros detalles, comenzó la entrevista. 
Juan, de nuevo con la realidad histórica a cuestas, tamizada con tu verbo singular e irónico, ¿se acabó la ficción para ti?
No, no, yo sigo haciendo ficción. Después de entregar este libro, he escrito una novela, que no sé cuando se publicará, y ahora, que me encuentro en un momento de esos que se llaman de lectura, estoy pensando en escribir otra. Realmente podríamos decir que simultaneo ambas fórmulas.

No es la primera vez que escribes para los escépticos, los títulos de algunos de tus libros así lo atestiguan, ¿cada vez hay más escépticos en este país hasta el punto de consolidarse como un mercado literario apetecible?
Como ciudadano del mundo preferiría que hubieran más escépticos todavía, entendiendo como tales aquellas personas que no se creen en seguida todo lo que se les cuenta sin cuestionarse nada. Y creo que es un buen mercado literario, al menos los que a mí me siguen. Estoy muy contento de que sean escépticos.
Entre la teoría de la conspiración, que siempre existe, y lo que nos cuenta el poder, ¿dónde se situarían los escépticos?
Como digo, los escépticos son los que no terminan de creerse las cosas tal y como se las presentan, los que se las cuestionan. A mí me parece una actitud muy sana la suya.
Y esos bandos que citamos, el del poder y el conspiranoico, ¿cómo se combaten?
Siempre con documentación y también conociendo las limitaciones que tiene la documentación. Por poner un caso, que sirva de ejemplo, como a mí me gusta: existe una teoría de la conspiración sobre cómo entraron los americanos en la segunda guerra mundial. Aunque era inevitable que participaran, se dice que se dejaron cazar en Pearl Harbour y así tuvieron el pretexto para hacerlo. Ellos son tan listos que siempre entran en la corrida durante el último tercio, cuando el toro ya está cansado. Eso lo hicieron en ambas guerras. Cuando uno descubre que los tres portaaviones más importantes de su flota no se encontraban en la base estadounidense durante el bombardeo, llega a la conclusión de que la teoría conspiranoica tiene fundamento pero, aunque resulta razonable pensar así, carecemos de pruebas para esbozar una respuesta correcta.
Peridis decía el otro día que uno de sus lemas al escribir novelas históricas era “instruir deleitando”, ¿sigues tú también por ese derrotero?
Absolutamente, yo eso lo tengo muy en cuenta. Cuando encuentro un tema difícil de explicar, me devano los sesos por hacérselo fácil al lector. Procuro que no haya dos dificultades seguidas,  pero cuando eso ocurre, en medio introduzco una anécdota que las haga digeribles y agradables, de modo que aunque quiero que el libro sea riguroso, intento que su lectura resulte amena.
Dícese que la segunda guerra mundial se veía venir porque las condiciones impuestas en Versalles a los alemanes, al concluir la primera, fueron abusivas, de hecho terminaron de pagarse hace poco. ¿Se está cobrando Alemania aquel tratado de paz?
Estoy convencido de que estamos inmersos en la tercera guerra mundial, que es una guerra económica que ya ha ganado Alemania con el euro. Y los listos de siempre, o sea, los ingleses, tampoco se han dejado ganar esta vez porque no han entrado en el euro.
Hitler huyó de Viena a Munich para escapar del servicio militar obligatorio y, sin embargo, se alistó voluntario para luchar en la primera guerra mundial donde, al parecer, se comportó como un valiente y consiguió dos cruces de hierro, ¿cómo se come esa contradicción?
Hitler veía que Austria era una sociedad decadente y, además, estaba un poco resentido sobre todo con Viena, porque era una ciudad donde triunfaba la cultura judía y él había fracasado en su intento de convertirse en artista. En la capital vienesa vivía como un vagabundo y comía en las casas de caridad. Al mismo tiempo sentía una gran admiración por un país joven y militarista como Alemania, que era todo lo contrario del agonizante imperio austrohúngaro. Estaba avergonzado de ser austríaco, quería ser un soldado alemán y cuando llegó a Munich encontró una sociedad más joven y viva y se alistó en el ejército, porque era lo más natural en ese momento.
En ‘La segunda guerra mundial contada para escépticos’ se incluyen fotografías de Hitler delante de un espejo en posición oratoria, como ensayando su papel, ¿hablamos de un actor, de un fraude?
Sin duda Hitler era un fraude. A los treinta años no tenía oficio ni beneficio, nunca se había ganado la vida con nada, era una auténtica hez social. La cuestión es preguntarse cómo un tipo semejante pudo ponerse al frente de un país como Alemania. Eso lo consiguió gracias a su enorme capacidad histriónica, apoyada en una propuesta ideológica muy corta, pero directa al corazón. Dijo a los alemanes que lo de Versalles era un putada que había que revocar, porque ellos eran una raza superior, cuya calamidad eran las razas inferiores que los rodeaban: los judíos que los tenían dentro de su propio país, y los eslavos, a los que había que arrebatarles las materias primas de las que ellos carecían. Alemania había llegado tarde a la nacionalidad, pero podía construir el país agrediendo a los vecinos. Y eso la gente lo aceptó enseguida. Los alemanes se dejaron camelar y le siguieron, guiados por esa obediencia ciega que les caracteriza. Y al final del todo tuvieron suerte.
¿Suerte?
Sí, porque los americanos no querían permitir que Alemania levantase cabeza. Su intención era dejar el país al mismo nivel industrial que tenía en 1931. Sin embargo, en las postrimerías de la guerra se observó que los rusos, que habían adelantado sus fronteras, se habían convertido en un poder amenazante y que los partidos comunistas comenzaban a triunfar en Francia y Alemania. Occidente necesitaba frenar esos avances y Alemania, como estado-tapón, le venía muy bien. Por eso se inventó la triquiñuela de que alemanes y nazis no eran lo mismo, que eran cosas distintas, como si el ejército nazi no hubiera sido alemán.
Franco, en verdad, ¿quiso participar en la segunda guerra mundial o no?
Siempre nos han vendido que Franco era tan astuto que nos mantuvo al margen de la guerra. Y eso no fue así. El quería entrar en la lucha y se lo comunicó a Hitler, que pensaba que España era una rémora y quiso evitarlo a toda costa. Eso ocurrió durante la invasión de Francia y tras el desmantelamiento de las tropas inglesas en Dunkerque, cuando Franco pensó que la resolución del conflicto era cosa rápida y convenía subirse al carro triunfador. Pero ante el posterior fracaso de Alemania frente a Inglaterra, las cosas cambiaron. Hitler decidió bloquear  la isla privándole de las materias primas que necesitaba y que le llegaban a través del Mediterráneo, Gibraltar y el Atlántico. Entonces y para evitar ese tránsito de barcos, forzó la entrevista de Hendaya. En ese momento, Franco vio que Inglaterra no estaba vencida y se resistió a tomar parte en la contienda. De esto hay constancia escrita. Existe un documento, firmado por Franco, en posesión de los norteamericanos, que lo desclasificaron hace una veintena de años, en el que España se comprometía a participar en la guerra.
¿Qué papel jugó exactamente la División Azul en el panorama de la segunda guerra mundial?
La División Azul fue una forma de contentar a Hitler. España quería demostrarle a Alemania su adhesión y devolverle un poco el favor prestado a Franco durante la guerra civil. Así que enviaron a la División Azul para luchar en el frente ruso. Dentro de esta misma línea de actuación, a los alemanes también se les vendía wolframio y se permitía que sus barcos se aprovisionaran en ciertos puertos españoles. Claro que esto último duró hasta que Inglaterra lo descubrió y lo prohibió. Los ingleses ejercían una enorme presión sobre Franco, porque en aquellos años la supervivencia de España dependía de la buena voluntad de Inglaterra al cien por cien.
Inglaterra resistió a los alemanes entonces, y ahora se resiste al euro, como has comentado antes. ¿Qué tienen los ingleses que los hace distintos a otros pueblos europeos?
Ellos tienen una virtud que en inglés se llama “stamina”. Siempre se pone como ejemplo de ello la historia de una diligencia que atraviesa los Alpes y que va a caer por un precipicio. Mientras los otros viajeros se asustan, los ingleses deciden arrinconarse en el interior del carruaje, en el lado opuesto al abismo, para contrarrestar la posible caída. Todos les hacen caso y se salvan. Después los demás viajeros celebran que están vivos, mientras que ellos están absolutamente histéricos. A mí, me gusta mucho una fotografía en la que se ve una casa londinense destruida por los bombardeos. Sobre sus ruinas, una mujer, elegantemente vestida, sostiene una taza y un plato entre sus manos. “Sí, he perdido mi hogar, una bomba lo ha destrozado, pero es la hora del té y me lo tomo en mi casa”, parece decir. Durante la guerra, tras la caída de Francia y Bélgica y la propia derrota de su ejército en Dunkerque, Inglaterra se vio sola ante el peligro. Pero tuvo la habilidad de ganar un tiempo, resistir durante unos meses y, tal vez, ofrecerle a Alemania una posible firma de la paz. Hitler, ya convencido de su triunfo sobre los británicos, se precipitó e invadió Rusia con lo que abrió un segundo frente sin cerrar el primero. No está absolutamente probado, pero es muy probable que sucediese de este modo.
También hubo movimientos nazis en otros países europeos, ¿no?
Sí, había movimientos nazis en muchos países, incluidos Francia e Inglaterra, aunque no se llamaban de este modo. En España, la JONS de Onésimo Redondo era absolutamente nazi. Precisamente estos grupos nazis locales resultaban de enorme utilidad para los alemanes, ya que sin ellos hubiera sido mucho más difícil localizar a los judíos y perseguirlos. Claro que después de la guerra estos detalles se han ocultado.
Aparece en el libro la supuesta isla de Thule, de donde nació la Orden de su mismo nombre. Curiosamente, Sigrid, la novia del Capitán Trueno, nació allí.
Efectivamente, la rubia Sigrid nació allí. Thule era las hiperbóreas para los alemanes, un sitio muy lejano. En realidad, el plan de los nazis pretendía erradicar la religión cristiana, de origen judío, sustituyéndola por otra nueva que sería la germánica, basada en su propia mitología. Himmler estaba muy preocupado por todos estos asuntos y creó la asociación Ahnenerbe para su investigación y estudio. Los nazis llegaron a desarrollar un ceremonial propio, que incluía la adoración a Hitler y la celebración de bautizos y bodas.
Entramos en el territorio del sexo. De Franco no sabemos mucho y a Hitler se le suicidaban las amantes. En cambio, Mussolini era un auténtico depredador sexual: tenía esposa, amante oficial y cientos de ocasionales.
Dentro de esta sexualidad un poco turbia, Franco y Hitler tenían algo en común: parece que les colmaba más el poder que el sexo. A Mussolini, sin embargo, le satisfacían ambas cosas y además encarnaba el prototipo de macho alfa latino: sabía saltar obstáculos con caballos, esquiaba, pilotaba aviones y coches de carreras. Mussolini recibía muchísimas cartas de mujeres que estaban enamoradas de él. Esto se sabe por su mayordomo que era poco discreto. Las que le gustaban más las pasaba a la policía para que investigase sus vidas y evitar riesgos. Luego las recibía por las tardes y se acostaba con ellas en una sala que tenía junto a su despacho, provista de cama y cuarto de baño. Claro que, si no le gustaban mucho, la alfombra o la propia mesa de escritorio le servían.
Hitler frecuentaba a los videntes, como los antiguos emperadores romanos que fomentaban el uso de augures.
Se ha exagerado mucho sobre este aspecto. Es verdad que hubo jerifaltes nazis que consultaban la astrología, pero él era católico no practicante y no creía mucho en ello. Al final de la guerra, trastornado por los muchos medicamentos que ingería y azuzado por Goebbels, comenzó a identificarse con Federico el Grande, que ante su descalabro intentó suicidarse. De hecho, mientras vivía en el búnker del que no salía jamás, solo conservaba un cuadro de Federico en su despacho como único elemento decorativo.
Philip K. Dick, en su novela ‘El hombre del castillo’ describe un planeta en el que japoneses y alemanes han vencido en la segunda guerra mundial y gobiernan la Tierra, ¿qué hubiera ocurrido si esto hubiera sucedido realmente?
Nos hubiera ido muy mal, porque si hubieran ganado los fascismos todos estaríamos viviendo sometidos a dictaduras, sobre todo la alemana, que era la más preocupante porque ellos serían la raza superior y los demás seríamos las subrazas.
La última por hoy: ¿los alemanes respaldaron a Hitler conscientemente?
Creo que de algún modo lo expreso en el libro. Hitler primero obnubiló a la inmensa mayoría de alemanes con el espejismo de la raza superior, el Tratado de Versalles y la conquista de territorio en el exterior, como comentaba antes. Al empezar una guerra, en cualquier país el nivel de vida baja porque hay que supeditarlo todo al conflicto. Sin embargo, los alemanes no hicieron esto. Ellos pagaban a los soldados su salario en la vida civil y otro como militares, pero este último lo pagaban con un tipo de moneda que solo tenía validez fuera de Alemania. De este modo en todos los hogares alemanes había de todo: desde productos exóticos hasta conservas de lujo. Nunca vivieron los alemanes mejor que entonces. Cuando llegaron los malos momentos todo eso se fue diluyendo y la guerra acabó como lo hizo. El pueblo alemán fue cómplice absoluto de Hitler, sin paliativos. Pero, como también dije antes, ahora nos han hecho distinguir entre nazis y alemanes.

Herme Cerezo/SIGLO XXI, 26/01/2015

SOBRE JUAN ESLAVA GALÁN

Juan Eslava Galán es doctor en Letras. Entre sus ensayos destacan ‘Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie’, ‘Los años del miedo’, ‘El catolicismo explicado a las ovejas’, ‘Historia de España contada para escépticos’, ‘De la alpargata al seiscientos’, ‘Homo erectus’, ‘La década que nos dejó sin aliento’, ‘Historia del mundo contada para escépticos’, ‘La primera guerra mundial contada para escépticos’ y, junto con su hija Diana, el recetario comentado ‘Cocina sin tonterías’. Es también autor de las novelas ‘En busca del unicornio’ (Premio Planeta 1987), ‘El comedido hidalgo’ (Premio Ateneo de Sevilla 1991), ‘Señorita’ (Premio de Novela Fernando Lara, 1998), ‘La mula’, ‘Rey lobo’ y ‘Últimas pasiones del caballero Almafiera’.




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