«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 7 de agosto de 2016

Fernando García Calderón: «Santacruz resultaba un tipo difícil de seguir, usaba seudónimos y era arisco»

«Permítame que me presente. Mi nombre es Mei, porque nací con las lluvias más intensas que mi padre recordaba, las de un mayo que trajo desgracias a mi pueblo, pero siendo todavía niño lo perdí […] Un día, huyendo de una reprimenda, me subí a una acacia y me quede allí a pasar la noche. Dormido, no escuche los gritos de los míos, afanados en mi búsqueda. Desde entonces fui Chui, que en su idioma significa leopardo; un felino solitario al que los arboles sirven de cama. Tengo otros nombres. Yusuf, Goa, Fernando y Ferdinand Okello. Me dedico a negocios de importación y exportación, para lo que recorro medio mundo todos los años. Vengo a España, sin embargo, por vez primera. Mi nacionalidad actual, facilitada por un matrimonio de conveniencia, es la inglesa. Soy divorciado y reconozco por hijo a un chiquillo despierto que estudia en un colegio de Londres y para el que querría construir un imperio». Editada por Algaida, ‘Nadie muere en Zanzíbar’, es la nueva novela del sevillano Fernando García Calderón, que se tropezó con los diarios africanos de Juan Ángel Santacruz de Colle, ocultos durante años en un arca de filigrana. Los puso en su camino su tía abuela Luisa con el deseo de que Santacruz de Colle no muriera nunca, de que su memoria se perpetuase, negro sobre blanco, en un libro. Sobrino aplicado, Fernando se ha dedicado a ello,corpore et anima, durante unos cuantos años y ha reconstruido la peripecia de este truhán, aventurero y altruista estrafalario, que despertaba admiración por donde pasaba.

Fernando, has cambiado a Jack el Destripador por la azarosa vida de Juan Ángel Santacruz de Colle, un salto notable.
Es verdad. ‘Nadie muere en Zanzíbar’ es una novela, pero está basada en la información, en forma de diarios, que me entregó mi tía abuela. A partir de ahí desarrollé una investigación que resultó muy apasionante y descubrí que Santacruz tenía una vida muy novelesca y, aunque al comienzo me sentí un poco escéptico, he sido capaz de llegar al final.



Aunque sea una novela, habrás contrastado los datos que contenían los cuadernos de Santacruz.
Sí, pero ha resultado difícil. Logré contactar con el caballero africano que llevaba sus asuntos y después viajé a Zanzíbar para conocer el terreno. Estuve en el pueblo donde Santacruz vivió, pero no quedaban muchos restos, el único recuerdo es su modestísima tumba junto a un pequeño monumento dedicado a su persona. En una isla vecina visité una antigua plantación suya y supe de su paso por allí, porque perviven algunas palabras en español. Y poco más. Este hombre siempre iba disfrazado y trató de pasar por gibraltareño durante toda su vida, no reveló que era español hasta casi el final de sus días, lo que no facilita su localización. De todos modos pude contrastar una buena parte de lo que cuenta en sus diarios y no tengo ninguna duda de que son auténticos.
Esta no es la primera obra que escribes basada en sucesos familiares, ¿tu familia es un filón literario, no?
Es verdad, en ‘La judía más hermosa’ ya manejé documentación familiar, pero en este caso más que documentación lo importante ha sido la intervención de mi tía. Si ella no me hubiera pedido explícitamente que Santacruz no muriera del todo y yo hubiera asumido el compromiso, la documentación familiar no habría aparecido. Como te digo, aquí ha predominado más el componente humano que el documental.
Cuando un escritor descubre un baúl lleno de cuadernos con una historia dentro, ¿qué es lo primero que le viene a su mente?
Cuando accedí a los diarios, no sabía si aquello era real o no, pero como había contraído un compromiso lo asumí a tope. Como escritor que no vive de la literatura, trabajo en proyectos que yo mismo creo y el hecho de tener que construir algo que no era mío me daba un poco de prevención, aunque he de añadir que desde el primer instante supe que se convertiría en una novela. Algo que me ayudó en mi trabajo fue descubrir que los diarios no estaban completos, me incentivó mucho para buscar los datos que faltaban.
El comienzo fue un poco frío, pero poco a poco te fuiste apasionando.
Sí, Santacruz atravesó dos periodos en su vida. El primero llega hasta los cuarenta años, momento en que, tras la Guerra Civil, huyó a París y después a Alejandría, Mombasa y Zanzíbar, donde desembarcó el veintiocho de diciembre de mil novecientos cuarenta. A partir de ahí sufrió una profunda transformación que, según cuenta, le llegó tras huir de la erupción del volcán Ngorongoro, cuya lava dicen que se convierte en plata al caer al suelo, y la aparición de un guerrero masai. Fue su epifanía. Yo anduve por allí y también tuve una transformación, pero la mía fue más modesta. Hasta aquel instante siempre había distinguido entre profesión, literatura y vida, y este proyecto lo une todo. Entonces me di cuenta que lo que llevaba entre manos era más ambicioso de lo esperado y vi claro que mi objetivo no era solo escribir una novela, sino también difundir la vida de este hombre.
¿Un escritor o un lector pueden llegar a sentir fascinación por Santacruz?
Al principio me parecía un tipo bastante censurable. Su periodo europeo corresponde a un truhán, un embaucador que vendía libros falsos. Pero en África se transforma y, desde una situación económicamente acomodada, pasa a ser un defensor de la cultura autóctona, de la búsqueda, de conseguir la libertad que anhelaban en aquellas colonias inglesas siempre a través de una vía cultural y pacífica. Santacruz tenía una plantación de clavo y a la gente que contrataba le exigía tener hijos para los que él construyó escuelas. Su labor creció tanto que, de modo indirecto, llegó a ser el germen de la revolución de mil novecientos sesenta y cuatro.
En ese primer periodo de su vida al que aludías, Santacruz dedicó un tiempo a falsificar obras de Lope de Vega y fundó la logia de los Calígrafos.
Este asunto es muy curioso, porque él lo percibió como un reto y al final, cuando vio que los demás no le seguían la corriente, sufrió una decepción. Creo que en su intención importaba más la capacidad para engañar a la gente que escribir obras imitando el estilo de Lope de Vega y haciéndolas pasar como auténticas.
A la hora de narrar, ¿tu escritura se ha contaminado del estilo particular de los diarios o has conseguido abstraerte y utilizar el tuyo propio?
Santacruz utiliza una escritura profesional, pero no en el sentido literario. De hecho, en algunos de los cuadernos hay apuntes sobre lenguas autóctonas y notas sobre botánica y otros asuntos. Los originales fueron papeles sueltos que él convirtió en cuadernos después. Y acabó la obra porque sintió la necesidad de dejar huella de su paso por aquel territorio. Esta sensación se la transmitió a Ferdinand Okello, que se tomó como una obligación la difusión del legado de su amigo.

«Santacruz desembarcó el veintiocho de diciembre de mil novecientos cuarenta en Zanzíbar. A partir de ahí sufrió una profunda transformación que, según cuenta, le llegó tras huir de la erupción del volcán Ngorongoro y la aparición de un guerrero masai. Fue su epifanía».


Has escogido una primera persona cuasi omnisciente.
Aquí lo que se cuentan son hechos cerrados y lo más difícil no es entender lo que escribe Santacruz, sino lo que no escribe, porque hay cosas que pasa por alto, como si no le interesaran o resultasen obvias. Sin olvidar, como ya he dicho, que era un tipo difícil de seguir, porque usaba seudónimos y era arisco en su trabajo. Por otro lado, a la hora de documentar el territorio de Zanzíbar te encuentras con que si la información procede de un árabe no se parece en nada a la que te llega de un continental. Además, localizar libros sobre este asunto es difícil, hay pocos y mediatizados. En Estados Unidos encontré un documento desclasificado de la CIA, que me permitió formarme una mejor idea de la realidad. Mi obsesión durante la escritura es que todo lo que contase tuviera lógica y resultase verosímil para que el lector no se perdiera.
¿Crees haberlo conseguido?
Espero que sí. Yo me he limitado a introducir datos. La parte más compleja de seguir para el lector la constituye la época de la fundación y creación de los partidos políticos, porque se mezclan las siglas. Pero gracias a ello pude descubrir el sistema de votación, que era muy anglosajón, ya que se elegía a los representantes por distritos.
 ‘Nadie muere en Zanzíbar’ se enmarca en esa tendencia literaria que consiste en explicar al lector cómo se construye el libro. Ese desvelar secretos, ¿no rompe la magia de la literatura, del libro, de la novela?
Llevas razón en eso. Yo corría dos riesgos aquí: uno, que el libro no pareciese una novela; y dos, que se me identificase a mí al cien por cien como protagonista en la narración, aunque está claro que no soy yo. Pero decidí asumir el reto, porque pensaba que era la mejor forma de introducir la novela.  En el primer borrador, había dos historias paralelas, en tiempo presente y pasado, pero eso llevaba el volumen a las ochocientas páginas y hacía que su venta fuese más difícil. Fernando García Calderón vende mejor a dieciocho euros que a veinticinco. Al principio eso no me entraba en la cabeza, pero cuando me di cuenta, hube de eliminar una buena parte del tiempo presente.
Cada capítulo arranca con citas, ¿cuál es su propósito?
Tenía claro que la estructura la dividiría en bloques, que correspondían a momentos estelares de la vida de Santacruz. Al principio las citas no estaban, pero luego me di cuenta de que era interesante introducir pistas que ayudaran al lector a introducirse y que, además, le otorgaran una cierta independencia a cada uno de los bloques.
Como ya has dicho, en el continente africano Santacruz sufrió un cambio profundo en su personalidad y se involucró en las ansias de libertad de aquel territorio, ¿en África es mejor hablar de causas justas que de justicia?
Probablemente sí por la forma en que se vivió aquel periodo. En verdad, lo difícil para algunas personas era discernir hasta qué punto tenían derecho a rebelarse contra el imperio británico. Respecto a este planteamiento, Kenia y Tanganica representan fenómenos dispares. En Kenia se consiguió todo por la fuerza, mientras que Tanganica soportó las vejaciones inglesas, con tal de consolidar un país unido, que no se diversificase por etnias, aceptando cualquier tipo de condiciones para mantenerse dentro del pacifismo. Para Santacruz, lo más significativo de Tanganica era la figura de Julius Nyerere, que representaría la justicia, mientras que Kenia simboliza la causa justa que supera la situación y acaba por imponerse. Zanzíbar es la mezcla de ambas opciones. Él pretendió llevar allí lo que había conocido en Tanganica, pero Zanzíbar, siendo un territorio muy pequeño, resultaba mucho más complicado, porque existen tres etnias básicas: los árabes, los «shirazis» y los continentales. Estalló la revolución y los continentales expulsaron a los árabes.   
Y la última por hoy: ¿se encuentre donde se encuentre la tía Luisa, estará contenta de tu trabajo?
Espero que sí, que esté contenta. Murió a los pocos días de hablar conmigo. En el libro lo cuento de modo novelado, pero ella estaba convencida de que yo llevaría a cabo el encargo. Ahora bien, mi proyecto no consiste solo en editar el libro, sino en difundir la obra de Juan Ángel Santacruz Colle. Y cuando me llamen para hacerlo, cumpliré mi cometido con mucho gusto.

Herme Cerezo

SOBRE FERNANDO GARCÍA CALDERÓN

Fernando García Calderón (Sevilla, 1959) es autor de decenas de relatos reconocidos en los más prestigiosos certámenes, habiendo publicado hasta la fecha tres volúmenes de cuentos, ‘El mal de tu ausencia’, ‘Sedimentos en un pantano’ y ‘Diario de ausencias y acomodos’. Su primera novela, ‘El vuelo de los halcones en la noche’ fue galardonada con el premio Félix Urabayen. Después vendrían ‘El hombre más perseguido’, Premio Ateneo Ciudad de Valladolid, ‘Lo que sé de ti’, ‘La noticia’, ‘La judía más hermosa’, ‘La resonancia de un disparo’ y ‘Yo también fui Jack el Destripador’.

471