«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 18 de diciembre de 2016

José Luis Muñoz: «El Valle de Arán, sobre todo en invierno, es un escenario muy literario, dramático y wagneriano»

¿Qué se puede escribir sobre José Luis Muñoz en el año dos mil dieciséis, después de que más de cuarenta y tantas novelas jalonen su trayectoria de grandes éxitos? Premios tan importantes como el Tigre Juan, Azorín, Sonrisa Vertical, Café Gijón, Camilo José Cela e Ignacio Aldecoa entre otros atestiguan la fuerza de su literatura, que lo mismo se desenvuelve en el territorio del cuento, de la novela larga o de la novela sin más, a secas. José Luis domina todos los géneros, incluidos los artículos periodísticos, aunque los especialistas destacan su facilidad para desenvolverse en el ámbito de los relatos policiales. Precisamente dentro de este territorio, con matices y mestizajes, se desarrolla ‘Cazadores en la nieve’, editada por Versátil, una de sus últimas entregas en 2016, con la que ha conseguido el XVI Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba, género negro telúrico, que brota de las entrañas de la tierra y tiene como escenario el ámbito rural y, como trasfondo, el terrorismo, la lucha antiterrorista y sus abusos. Sobre ‘Cazadores en la nieve’ pude conversar con el escritor salmantino, afincado en el Valle de Arán, hace tan solo unas semanas con motivo de su visita a Valencia para promocionar su obra.

José Luis, ¿a estas alturas de la película todavía existe el miedo al folio en blanco?
Pues lamento decir, aunque suene muy pretencioso por mi parte, que nunca tuve ese síndrome, porque «Cuando llegue la inspiración, que te encuentre trabajando», creo que dijo Pablo Picasso, y en lo de escribir, aparte de un cierto don innato, la disciplina es fundamental. Un buen amigo mío, Alfons Cervera, me elogia diciendo que soy un ejemplo de artesano literario. Los escritores pulimos una y otra vez nuestras obras hasta que las vemos terminadas. Hay días en que uno está más espeso, claro, y otros que todo surge con una fluidez imparable.
Con ‘Cazadores en la nieve’ has conseguido el premio de Novela Corta Ciudad de Córdoba 2016, ¿por qué es importante ganar un premio para ti: por el dinero, por la difusión, por el reconocimiento de los miembros del jurado…?
Hay de todo un poco. Y no puedo despotricar contra los premios literarios, aunque lo hago por la corrupción se ha instalado también allí, porque les debo mucho a ellos. En primer lugar, un jurado imparcial valora y reconoce tu obra. Eso es importante porque uno nunca es ecuánime con lo que escribe. La cuestión monetaria en estos tiempos en que los autores no pueden vivir del porcentaje de los derechos de autor es también muy importante. Y luego está la difusión, una novela con premio llega a más gente, se habla más de ella, salen referencias en más lugares.


El Valle de Arán, Brasil y sus favelas, Barcelona, los campos de concentración nazis, ¿te sirve cualquier escenario para ambientar una novela?
Me gusta cambiar de escenario, no circunscribirlo a un determinado territorio, y además viajo bastante. Siempre digo que hay ciudades, y paisajes, literarios y otros no. Salvador de Bahía lo era, y la forma de acercarme a esa ciudad extraordinaria pasaba forzosamente por el futbol y las favelas. ‘Ascenso y caída de Humberto da Silva’ es una novela negra y social que retrata una realidad y lo difícil, imposible, que es la asunción del éxito cuando se nace en un entorno miserable y no se tienen las herramientas necesarias para asimilarlo. Una parte considerable de mis novelas están ambientadas en Estados Unidos (‘La casa del sueño’, ‘Mala hierba’, ‘Lluvia de níquel’, ‘La Frontera Sur’), porque tengo familia norteamericana, viajo allí con frecuencia y la sociedad yanqui me fascina desde el punto de vista literario por su profundo desarraigo, algo que plasma muy bien Hopper en sus pinturas. El tema de Holocausto en ‘El mal absoluto’ era una deuda que tenía conmigo mismo, una denuncia de nuestra responsabilidad, por activa o por pasiva, en esa monstruosidad que sucedió en el centro de Europa y puede volver a suceder porque el hombre no aprende nada de la historia, la repite de una forma tozuda e irracional. El Valle de Arán, escenario de ‘Cazadores en la nieve’, es, sobre todo en invierno, muy literario y dramático, un escenario wagneriano, un paisaje ideal para  una novela negra gélida como la que he escrito, o un western, que también lo es, sobre pasiones y dolores humanos.
No te asustan las distancias, escribes cuentos igual que novelas cortas o largas, ¿eres un escritor todoterreno o cada historia demanda su propia extensión?
Soy un claro defensor del relato, una pieza literaria muy difícil porque tiene que ser perfecta, no admite altibajos. He publicado cinco libros de relatos: ‘La lanzadora de cuchillos y otros relatos eróticos’, ‘Una historia china’, ‘Viajeros de sí mismos’, ‘La mujer ígnea y otros relatos oscuros’ y ‘Marero’. Lo de la extensión es algo aleatorio. ‘Cazadores en la nieve’, pese a su brevedad, trata infinidad de temas: independentismo, terrorismo, antiterrorismo, alcoholismo, violencia de género…Cada partitura tiene su música. La literatura también es música, ritmo, el de las frases con sus nombres y adjetivos, o sin adjetivos. Me gusta mucho, por ejemplo, el estilo lapidario de Thomas Bernard, o el de Coetzee cuando era Coetzee, es decir, en Sudáfrica.
Y tampoco los géneros: fútbol, novela negra, erótico, de vampiros, ¿cambias de género por un sentido, digamos, higiénico del término, o como retos literarios? ¿Te sientes especialmente cómodo en alguno de ellos o te da igual?
En literatura odio las rutinas y los encasillamientos.  Creo que he tocado todos los géneros salvo el de los viajes espaciales. Fue un desafío personal, por ejemplo, escribir ‘Ascenso y caída de Humberto da Silva’ centrado en el mundo del fútbol, un deporte que me resbala bastante, pero busqué su lado épico, el de la lucha y la confrontación, y mágico, el cuento de hadas mediante el cual un tipo que duerme entre las ratas se ve de pronto en una mansión con piscina. El sexo forma parte de la vida, es placer, creación, frente a la violencia que lleva a la muerte y la destrucción y es negativo. Ambos están muy presentes en toda mi obra, aunque el erotismo, muchas veces, no sea nada complaciente. Poco tiene que ver el erotismo duro de ‘Pubis de vello rojo’, por ejemplo, o de ‘Patpong Road’, una de las novelas que más aprecio porque en ella estoy al noventa por ciento con el de ‘El sabor de su piel’, que se ha editado este año en España tras ser publicada en Venezuela; en las dos primeras el sexo funciona como obsesión destructiva y pasión ciega que lleva a los protagonistas a un descenso a los infiernos; en ‘El sabor de su piel’ prima el hedonismo, el placer inexplicable del sexo, esa vorágine de sensaciones mágicas cuando se tropieza con la pareja y el momento adecuado. La historia de Vlad El empalador, que centra ‘El hijo del diablo’, es novela histórica y gótica (Bram Stoker tomó la figura de Vlad Drácula para su ‘Drácula’), pero también como denuncia del terrorismo de estado del que tanto hablamos ahora pero ya existía hace siglos, y Vlad me fascinaba por su ambivalencia, sádico y monstruoso para la mayor parte de la gente que conoció sus atrocidades, y héroe nacional rumano porque detuvo a los turcos. Esa es otra de las constantes literarias: el mal que se encarna en los humanos en ‘El hijo del diablo’ o en toda una sociedad bajo el nazismo en ‘El mal absoluto’. El mal que forma parte de la naturaleza humana en ‘Lluvia de níquel’ o ‘La Frontera Sur’, que está en esa zona oscura que todos llevamos agazapada en nuestro interior y que es el sustrato de la novela negra.
¿Cómo surge la idea para escribir ‘Cazadores en la nieve’?
Tenía una deuda literaria con el Valle de Arán, un paraje de belleza extraordinaria que conozco desde los 18 años y me sigue sorprendiendo ahora con nuevos rincones. Había publicado reportajes sobre el Valle en National Geographique y en Traveler. Tenía que escribir una novela sobre el pueblo que me ha acogido tan extraordinariamente bien, Bossost, y la forma de hacerlo, por deformación profesional, era la novela negra. Volví al tema de ETA porque por el Valle se movían los terroristas etarras en los años del plomo y porque la idiosincrasia del Valle tiene muchas relación con el País Vasco (topónimos, Arán es valle en euskera; bares de pinchos; el euskera era su idioma en la Edad Media y luego se perdió). Retraté el pueblo, utilicé a sus habitantes como figurantes de un drama humano en el que se dirime la culpa y la expiación y en donde no hay buenos ni malos, sino personajes heridos por su pasado o su presente que buscan la redención. Es una novela muy dura, pero estoy muy satisfecho de ella por las reacciones positivas de los lectores y los críticos. Es novela negra y western. Es también una novela panteísta en la que llamo a relativizarlo todo, porque estamos en este mundo un instante pasajero y la violencia y la venganza no solucionan nada, y nosotros tampoco somos nada. A fin de cuentas somos insignificantes en este diseño del mundo gigantesco, nos creemos su ombligo cuando somos un simple grano de arena, y hay una imperiosa necesidad de trascender, con los hijos, con sus obras los creadores.  
Has hablado antes de la música en la literatura, muchas novelas tienen su banda sonora propia. Ésta también: Suzanne de Leonard Cohen, pero además tiene un libro como telón de fondo: ‘La Montaña mágica’, ¿Qué pinta Thomas Mann en ‘Cazadores en la nieve’?
La canción ‘Suzanne’ de Leonard Cohen se me ocurrió sobre la marcha. Es una canción que me gusta mucho, me agita por dentro y me trae muchísimos recuerdos, y la comparto además con un ser muy querido cuyo físico utilizo para Susana Herráiz Bengoechea. Uno de los tres protagonistas de la novela, Marcos Díaz Inurrategui, la utiliza para invocar al fantasma de la etarra con la que tuvo una extraordinaria historia de amor, un personaje femenino ausente, un fantasma, que sin embargo está muy presente en la narración. Lo de ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann es un guiño a otro de los personajes de la novela,  a Martín, el del bar Hiru, el centro social del pueblo, su saloon, con quien empecé a congeniar a raíz de comentar con él ‘La montaña mágica’, y lo bauticé como ‘El camarero que leía a Thomas Mann’. Además para mí, y para el protagonista de ‘Cazadores en la nieve’, Arán es la montaña mágica, el sanatorio natural al que va a curar sus heridas y donde yo he curado las mías.
La novela es género negro, pero también parece un western, ¿con qué nos quedamos a la hora de etiquetarla?
Son las dos cosas, evidentemente. Forastero que lleva al pueblo de forma misteriosa y con oscuro pasado (el pistolero retirado de los westerns); guardia civil que ha estado en Intxaurrondo (el sheriff); el bar Hiru (el saloon del pueblo); y hasta duelo en la Alta Sierra. No nos hemos dado cuenta, pero el western tiene mucho de novela negra rural, y yo no me di cuenta de ello en ‘Cazadores en la nieve’ hasta que se publicó y diversas reseñas hacían referencia a ello. Los personajes de muchos westerns son también perdedores, solitarios, expían sus culpas, como los protagonistas de las novelas negras que me gustan.
Género negro y western son dos términos norteamericanos sin duda, ¿de alguna manera tu escritura está marcada por los clásicos estadounidenses del género negro?
Tengo una formación muy cinematográfica. Si fuera más fácil, y no tuviera que lidiar con el personal, me hubiera gustado ser director de cine, por eso mis novelas son muy visuales, funcionan como guiones de película. ‘Sed de mal’ de Orson Welles y ‘Perdición’ de Billy Wilder son dos films que se han quedado en mi retina. El western es otro de mis géneros favoritos, siempre que se estrena un western me pica la curiosidad por ir a verlo. Me gustan los clásicos, los westerns de John Ford y Howard Hawks, pero también, y mucho, ‘Las aventuras de Jeremiah Johnson’ de Sidney Pollack con Robert Redford, quizá porque el paisaje me recuerda mucho al Valle de Arán. Literariamente soy americanizante. Me gustan Dashiell Hammett y Raymond Chandler, pero prefiero a James Cain, Marc Behm y Hubert Selby.
Por la novela deambula un etarra, y también un guardia civil. Y se nombra el cuartel de Intxaurrondo, ¿has encerrado un importante pedazo de historia de este país en apenas doscientas páginas, no?
Sí. Es lo que te dije, que la novela trata muchos temas importantes, y lo hace, creo, con una cierta profundidad en su brevedad. El tema de ETA en mi novelística está muy presente: ‘La caraqueña del Maní’ (ETA en Venezuela); ‘Tu corazón, Idoia’ (Comando Barcelona), y ‘Cazadores en la nieve’ (ETA declara su tregua definitiva). El terrorismo etarra amenazó la incipiente democracia española y derivó hacia un matonismo mafioso detestable,  puro fascismo que declaró un estado de excepción en el País Vasco. Y en nombre de la defensa del estado se cometieron crímenes execrables. En mi novela hay un terrorista no muy orgulloso de su pasado y un guardia civil que tampoco se enorgullece de lo que hizo por la patria en Intxaurrondo. Dos patriotas enfrentados, porque se mata tanto por la patria como por Dios. ETA secuestró a parte de la izquierda española y la sometió al síndrome de Estocolmo. Nos dimos cuenta muy tarde que una ETA, la irracional, porque la racional de los Poli-milis se disolvió, no abjuraba de la violencia y la socializaba, es decir, nos metía a todos en la mira de sus pistolas.    
El Valle de Arán es un lugar solitario, con pocos habitantes, sin duda un buen refugio para gente con un pasado que quiere olvidar, ¿hay o ha habido tipos como estos en la realidad diaria del Valle?
Podía haberlos perfectamente. ETA intentó liquidar al Rey emérito en las pistas de esquí de Baqueira y la operación se frustró. Durante una temporada, porque la Casa Real puso de moda el lugar, gente muy importante del mundo político y financiero se dejaba ver por estos lugares. En mis paseos diarios por los bosques descubro cada día nuevas cabañas, bordas las llaman aquí, muchas de ellas restauradas, y me pregunto quién puede vivir tan alejado de las poblaciones. La mayoría las utilizan los cazadores, pero hay alguna habitada por urbanitas. El Valle de Arán es un territorio misterioso y mágico, un buen sitio para esconderse y desaparecer.  
Todos tenemos una imagen idílica del paisaje nevado, sin embargo, en la novela los lugareños llaman a la nieve «la mierda blanca», ¿qué conceptos tan dispares de un mismo fenómeno climatológico, no?
Sí. Me di cuenta el primer año. Cayó una nevada gigantesca y el pueblo estuvo sepultado bajo la nieve meses y durante una semana a 18 grados bajo cero. Lo que resulta bonito el primer día se vuelve incomodo al siguiente, sobre todo para la gente que tiene obligaciones diarias. La nieve se convierte en hielo y todo el pueblo deviene una peligrosa pista de patinaje. Mi visión de la nieve es idílica, estética, porque a mí no me afecta, me gusta pasear por ella, sentirla crujir bajo mis pisadas, pero para la gente que vive en el Valle, salvo los de Baqueira, en donde la nieve es literalmente oro porque forma parte de su economía, es mierda blanca. Las condiciones climatológicas del Valle son duras, o lo eran, porque de unos años a esta parte el cambio climático está volviendo loca a la naturaleza, y eso conforma el carácter de la gente, los hace austeros y secos.
La novela está escrita con un estilo cortante, muy dinámico, ¿para contar tantas cosas en un espacio tan breve era necesario hacerlo así?
Cada novela tiene su música y ese ritmo me lo marcó la novela desde la página uno. La narración tenía que expresar el sufrimiento vital de los tres personajes masculinos y los tres femeninos, y había que hacerlo con un lenguaje seco, cortante, que fuera como un puñetazo al lector. Nunca había utilizado frases tan cortas como en ‘Cazadores en la nieve’. Además, y creo que ese es un acierto técnico, voy poniendo el foco en cada uno de los personajes para que la novela resulte poliédrica, para que el lector se sienta inmerso en esa atmósfera opresiva del pueblo, porque como  ‘Tu corazón, Idoia’, o ‘Lluvia de níquel’, ‘Cazadores en la nieve’ es claustrofóbica, y el Valle puede resultarlo, encerrado entre altas montañas y con pocas horas de sol.
Y como todas las novelas, en alguna medida, tienen algo de autobiográfico, ¿por dónde queda José Luis Muñoz entre estas páginas? ¿Dónde te escondes?
Bueno, queda muy claro que soy el forastero. Durante el franquismo milité en un grupo de extrema izquierda y el mundo de la clandestinidad me resulta muy familiar y cercano, como el de la represión policial. Describo mi casa, mi calle, mi buhardilla, me describo propinando hachazos a los troncos, toda una técnica que he ido aprendiendo en estos años, o encendiendo la estufa de leña. Tuve una Susana en aquellos tiempos lejanos. ‘La montaña mágica’ es mi novela fetiche junto con ‘Bajo el volcán’ de Malcolm Lowry. El Coth de Baretges, al que casi subo a diario, es mi salón de lectura. Allí, en ese lugar que es un mirador extraordinario de la cara norte del Pirineo, del macizo de la Maladeta, del Aneto, el silencio es literalmente ensordecedor, escuchas el ruido de tus propios tímpanos. El título de la novela se lo robo a un cuadro que me obsesionó desde pequeño, ‘Cazadores en la nieve’ del pintor flamenco Peter Brueghel, y ahora vivo dentro de esa pintura extraordinaria. Vivo en la montaña mágica que describo como escenario necesario, como telón de fondo de ese final panteísta que sorprende a muchos.
Recientemente te has destapado también como editor, ¿qué tal la experiencia como director de la colección ‘La orilla negra’? ¿Se ve muy distinta la literatura desde un lado u otro de la barrera?
Lo de La orilla Negra es una aventura romántica y un poco de locos: montar una colección de novela negra de alta calidad con autores españoles y latinoamericanos en tiempos de crisis. El arranque ha sido espectacular, publicando nada menos que siete libros a la vez. Tengo la suerte de llevar muchos años en este oficio y de conocer a una infinidad de autores a uno y otro lado del charco, y de llevarme bien con casi todos. Recuperar ‘Papel picado’, de Rolo Diez, con la que ganó el premio Dashiell Hammett ha sido una de las máximas satisfacciones. Publicar por fin en España ‘Bala morena’, del venezolano Marcos Tarré Briceño, era una obsesión personal; que no lo hubieran editado antes certificaba la ceguera del mundo editorial español. La novela del chileno Dauno Totoro Taulis ‘La sonrisa del caimán’ es un prodigio de sutileza y de estructura narrativa. ‘Cuéntame cosas que no me importe olvidar’ ha sido descubrir dentro del género a Pablo de Aguilar con una novela muy social que habla de la España actual laminada por la crisis. Tener a Fernando Martínez Laínez, con ‘Destruyan a Anderson’, amigo personal de hace muchos años y elemento fundacional de la novela negra española, un lujo. Y reeditar ‘Mala hierba’ es dar nueva vida a una narración muy actual que refleja precisamente la Norteamérica que vota a Donald Trump. Y como broche de oro el libro ‘Relatos de la Orilla Negra’, una antología que reúne a primerísimas figuras como Raúl Argemí, Elia Barceló, Juan Ramón Biedma, Rolo Diez, Julián Ibáñez, Marcelo Luján, Lorenzo Lunar, Guillermo Orsi, Guillermo Saccomanno, Mariano Sánchez Soler o José Carlos Somoza. El trabajo es arduo, porque hay que leer muchos originales, y a veces duro, porque hay que decir no a amigos, y en eso soy inflexible, pero la recompensa es alta. He tenido la inmensa suerte de tropezar con la editorial adecuada, Ediciones del Serbal, y con una editora valiente y con empuje, Noelia Riaño, con la que la sintonía es perfecta. Además, el diseño de la colección es impecable, nos han felicitado por ello otras editoriales.
Súbete a una loma, José Luis, y mira tu carrera como escritor. ¿Tras tus más de cuarenta libros publicados, sientes que has colmado los deseos que te planteabas cuando comenzaste a escribir? ¿Te falta algo por cumplir  todavía?
He publicado lo que he querido y he escrito lo que me ha parecido sin ningún tipo de censuras. Me he movido dentro de una libertad absoluta en estos casi treinta años. Gracias a la literatura he hecho grandes amigos entre los escritores y los lectores. Escribo para mí mismo historias que me gustaría leer, como decía Manuel Vázquez Montalbán. Soy medianamente conocido y respetado en los ambientes literarios. Disfruto escribiendo y lo necesito como terapia de salvación personal. Si no escribo, literalmente me ahogo. Y espero seguir haciéndolo hasta el final de mis días. Creo que no puedo quejarme. 


SOBRE JOSÉ LUIS MUÑOZ
José Luis Muñoz (Salamanca, 1951) es uno de los veteranos de la novela negra española con más de cuarenta títulos a sus espaldas y algunos premios literarios como el Tigre Juan, La Sonrisa Vertical, Camilo José Cela y Café Gijón. Escribe, además, artículos de opinión en diversos medios. Los frutos literarios de sus viajes son ‘La Frontera Sur’ (México); ‘Lluvia de níquel’ (EE.UU.); ‘Patpong Road’ (Tailandia); ‘Llueve sobre La Habana’ (Cuba); y ‘La caraqueña del Maní’ (Venezuela). Su nueva novela, ‘Cazadores en la nieve’ ha conquistado el Premio de Novela Corta Ciudad de Córdoba 2016.

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