«Desde su agujero de arcilla escuchó el eco de las voces que lo llamaban y, como si de grillos se tratara, intentó ubicar a cada hombre dentro de los límites del olivar» (Jesús Carrasco, Intemperie)

domingo, 3 de diciembre de 2017

Gastón Segura: «Es posible que me complazca un poco en determinadas palabras porque no quiero que desaparezcan»

Nº 537.- Por ahora ‘Un crimen de estado’, editada por Drácena, es la última novela del escritor villenense Gastón Segura. La obra, bajo el disfraz de una historia de amor desgraciado, la de Ricardo y Elvira, recoge el asesinato, despiadado y cruel de Alfredo Martínez Nadal a manos de la policía franquista. Alfredo era hermano de Rafael Martínez Nadal, corresponsal del periódico londinense The Observer, que en 1947 publicó una entrevista a don Juan de Borbón, donde se proclamaba la necesidad de una España reconciliada y democrática. La entrevista, junto con un manifiesto divulgado por el propio conde de Barcelona desde Estoril, tuvo una gran repercusión en la prensa inglesa y norteamericana, hasta tal punto que se llegó a creer que podía resultar decisiva para que los vencedores de la II Guerra Mundial derribasen la dictadura. A ello contribuía el hecho de que aquel mismo año la ONU decretó el aislamiento internacional del régimen de Franco. El crimen fue la respuesta gubernamental para acallar la actitud beligerante de Rafael Martínez Nadal contra el dictador. Poco antes de que se iniciara la presentación de la novela en la Llibreria Primado de València, tuve la oportunidad de conversar durante unos minutos con su autor y desgranar algunos de los aspectos más relevantes del libro, que son muchos, porque como señaló fechas atrás otro escritor, Alfons Cervera, estamos ante «un texto, rotundo, de una belleza lingüística apabullante».

Gastón, es la primera vez que te entrevisto y la pregunta es obligada: ¿qué significa escribir para ti?
[En silencio durante unos segundos, pensativo] Esencialmente me considero un narrador. Grosso modo, escribir es un oficio, un trabajo artesanal. Otra cosa son las sensaciones que uno pueda percibir en el hecho de la escritura. Mientras escribo no me importa nada más y procuro no estar ni yo. Siento una detención del tiempo y de mi propia vida. Lo que de verdad interesa es el resultado final, el libro y sus personajes, a los que tienes que seguir para construir la novela.


¿Cómo surgió la idea para escribir ‘Un crimen de estado’?
Cuando descubrí los hechos reales que la inspiran, que tardé mucho tiempo en creerme, quise escribir la novela sobre los policías que habían cometido el asesinato de Alfredo Martínez Nadal. Pero no pude encontrarlos porque en el acta de defunción no constaban sus nombres. Estuve quince días in albis y gracias a una secuencia de la película ‘Doctor Zhivago’, donde el protagonista trata de alcanzar a Lara, no lo consigue y muere, me vino a la cabeza la ruptura de una pareja amorosa. A partir de ese momento ya tenía la novela, puesto que esa idea convertía un hecho político en un hecho humano y de esta manera el mensaje podía llegar mejor al lector. No me quedaba más que buscar los distintos personajes y de ahí nacieron Ricardo, Elvira y los demás.
La novela está escrita en tercera y primera personas, pero la primera es muy peculiar, ya que el narrador se enfrenta a varias voces, que convierten la narración casi en un diálogo.
Sí, la tercera persona sirve para situar al lector ante determinados hechos que debe conocer. Luego llega el relato que, como dices, está contado en primera persona por Segis, un señor al que se le aparecen sus fantasmas. Mi pretensión era rendir un homenaje a don Gonzalo Torrente Ballester y el recurso del narrador poco fiable, presente en su novela ‘La saga/fuga de JB’, en la que tú estás leyendo algo que no te crees. Yo siempre escucho al personaje e introduzco esos fantasmas que corrigen al narrador y le incorporan algunos aspectos. A posteriori y sin haberlo hecho a propósito, me di cuenta que había proporcionado un nuevo recurso dubitativo al lector, porque podía pensar que este hombre estaba loco ya que escuchaba fantasmas.
A veces esos fantasmas se sorprenden de lo que cuenta Segis.
Sí, los fantasmas tienen una entidad vital y el lector ha de compartir la idea de que los fantasmas viven, que le corrigen sus palabras y que incluso le piden que no cuente ciertas cosas.
En el prólogo, Rafael Fraguas habla del ineludible compromiso del novelista para resocializar la novela y recuperar un tiempo pasado, ¿existía en ti interés en dibujar un retablo de época?
Sin duda que sí, no voy a hacer mayor comentario.
¿Es obligación de los escritores recuperar el tiempo de una dictadura que, últimamente, parece que se nos ha olvidado?
No lo sé… El pasado de la dictadura se puede rescatar, porque es muy longeva, y permite abordarla desde distintos puntos de vista. Esta es mi primera novela que trata sobre ella, próximamente publicaré otra que habla de su nacimiento. Y lo he hecho por la necesidad de escribir la historia que Luis Valencia Montes, un amigo mío, llevaba contándome durante seis años y que no terminé de creerme hasta que tuve pruebas reales. Pero no veo ninguna obligación de contar o dejar de contar la dictadura, simplemente creo que cualquier cosa, la dictadura también, es un material susceptible de ser novelado.
Al dictador le llamas «el hombre providencial», ¿de dónde procede ese sobrenombre?
Se le llamaba así y también de otras muchas maneras elogiosas. Hasta treinta y cinco apelativos he logrado reunir leyendo documentación de la época. Todos esos títulos se los inventaba la corte celestial de vates ilustres que tenía a su alrededor.
El causante de la crisis fue Rafael Martínez Nadal, un corresponsal español en Londres, que publicó una entrevista en la que el conde de Barcelona hablaba de la  necesidad de una España democrática y reconciliada. Sin embargo, el régimen no lo eliminó a él, sino a su hermano Alfredo.
Sí, por eso es importante la parte histórica de la novela, fundamentada en documentos auténticos. En 1947 la dictadura se tambaleaba más que nunca. Había un bloqueo internacional, un aislamiento, que sólo el Vaticano, Suiza, Argentina y algún otro país latinoamericano no firmaron. Eso suponía la antesala de que, en un momento determinado, los aliados con un mínimo esfuerzo podían tumbar el régimen, que no tenía capacidad para hacer frente a un posible desembarco militar. La situación era desquiciante para el dictador y su partido único y su máximo gesto de cólera fue acallar a este hombre, al que antes se había tratado de cerrar la boca de muchas maneras, con el asesinato de su hermano. Cuando la hija de Rafael Martínez Nadal, que aún vive, recibió esta novela en Londres, le contó a la persona que se la llevó que su padre nunca habló de este asunto. «Sólo nos dijo: querían callarme y lo han conseguido».
Es innegable que los tentáculos del dictador eran largos, porque hasta un político de derechas, como era Gil Robles, se sentía incómodo, maniatado y vigilado en Portugal donde residía.
Bueno, es que la corte de Estoril era eso, una especie de apeadero, según los acuerdos que había alcanzado don Juan para la restauración monárquica que se preveía inmediata. Roosevelt no concebía ninguna dictadura medianamente perfumada por el bando del Eje, pero su muerte trastocó mucho las cosas. A partir de ese instante se vio claro que los americanos no les iban a ayudar a derribar el régimen.
Al final del libro señalas que se llevó a cabo una investigación por parte de los ingleses para esclarecer el asesinato, ¿sirvió para algo?
No, los documentos que aporto proceden de la segunda parte de las memorias de Rafael Martínez Nadal. Él era profesor del King’s College desde 1934 y actuaba como cicerone de los exiliados españoles, que eran personas muy significadas. En esos documentos no dice nada del asesinato salvo una levísima mención, una dedicatoria: «A mi hermano Alfredo que pagó mis trabajos». Con esas palabras ya supones que la investigación no llegó a ninguna parte. Es más las autoridades tenían la intención de hacer desaparecer el cadáver. Luis Valencia me contó que la misma mañana de su muerte, entre los compañeros de la estafeta donde trabajaba Alfredo, tuvieron que hacer una colecta porque querían llevarlo a una fosa común.
Cambiamos de espacio. Zambra, mazorral, gorigori, ronzal, colodrillo… Has cuidado y seleccionado mucho el vocabulario. ‘Un crimen de estado’ invita a tener al lado el diccionario.
Muchas gracias por lo que dices aunque no lo pretendía. Yo presupongo que el lector al que me puedo dirigir proviene de la picaresca o de Azorín o de Cela, que no es un lector que lee escritos de corte periodístico sino literatura. El primer trabajo del escritor son las palabras y es posible que me complazca un poco en algunas de ellas porque no quiero que desaparezcan.


Hablemos de la adjetivación, ¿existe una medida exacta para adjetivar?
No, bueno, en realidad no lo sé. A veces adjetivo más de la cuenta para que la frase quede redonda, pero no siempre. Con el adjetivo pretendo resaltar una situación existencial exacta, aunque no sea cromático si hablo del color de las flores.
La novela respira Marsé, incluyes una cita suya en el texto.
Desde luego el ambiente es Marsé. Además de los materiales documentales, ‘El Noticiero Universal’, ‘La Vanguardia’ y otros diarios, para escribir el libro me leí tres veces seguidas ‘Si te dicen que caí’, porque aunque en esa novela el problema del tiempo es clave, no sabes ubicar muy bien en qué año te encuentras. Dado que Marsé es el patriarca de ese tiempo en nuestra literatura, quería impregnarme bien de determinados detalles y que nada de lo que él cuenta entrase en contradicción chocarrera con lo que yo escribía. Un día descubrí, casi con estupor, que mis personajes eran huérfanos los tres y eso sólo me podía haber sucedido por esas lecturas. No me había dado cuenta hasta entonces.
Sin desmerecer a los demás, en ‘Un crimen de estado’ hay un extraordinario personaje secundario: Jacinto Macareo Cano, el Balilla, un superviviente de los que ya no quedan.
A todo el mundo le gusta. Es un personaje de aquel tiempo. Actualmente en España, al ser una sociedad tan compleja, caben pícaros pero son tremendos, de altos vuelos. Uno ya no puede ir vendiendo salacots de la II Guerra Mundial por ahí. El Balilla pertenece a un mundo de personas que yo he conocido, donde había tipos que lo mismo trucaban una moto o hacían cualquier tipo de estraperlo de baja estofa.
El Balilla, Ricardo, Elvira, Segis y el resto de personajes son seres atormentados.
Pues ya lo ves, el Balilla no es un personaje al que le vaya bien la vida y cuando le va bien, se muerte. Él vive con un inmenso dolor, porque la mujer a la que ama no la va a conseguir, porque entre los dos se ha instalado el hambre.
La última por hoy: ¿qué poso te ha dejado la escritura de esta novela?
Una cosa muy interesante y que tiene que ver con el personaje de Elvira:   el malo es un galán más guapo y mejor follador que el bueno, pero eso es algo que no tenía previsto al principio. 



SOBRE GASTÓN SEGURA

Nació en Villena en 1961. Se trasladó a Caudete a los siete años, y entre ambos pueblos pasó su vida hasta que marchó a Valencia para licenciarse en Filosofía. En 1990, se instaló en Madrid, y tras probar suerte en diversos oficios, seis años más tarde decidió dejarlo todo para dedicarse a la escritura. En 1999, resultó finalista del XXIII Premio Azorín con su primera novela, todavía inédita, ‘Las calicatas por la Santa Librada’. Ha publicado las crónicas africanas ‘A la sombra de Franco’ e ‘Ifni: la guerra que silenció Franco’; también la crónica local, ‘El coro de la danza’ y el ensayo ‘Gaudí o el clamor de la piedra’, que resultaría seleccionado como lectura recomendada en los cursos de doctorado de la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. También su novela ‘Stopper’ sería distinguida como lectura imprescindible por el Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad Estatal de California. Sus últimas publicaciones han sido ‘Los cuadernos de un amante ocioso’ y ‘Las cuentas pendientes’.