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Nº 675.- València. Un viernes de noviembre.
9.30 horas de la mañana. Jordi Llobregat me espera en la cafetería del Hotel
Vinccy Lys. Madrugador. El día anterior había estado en Bilbao. Camiseta negra.
Manga corta. Vaqueros. La sonrisa de siempre. Se le ve contento. Acaba de
publicar ‘Donde no llegan las sombras’, editada por Destino. De nuevo,
protagonizada por la exagente de policía Álex Serra, que se enfrenta en esta
ocasión a la desaparición de dos niñas en la comarca de la Vall Fosca,
en pleno Pirineo catalán. Para Álex este caso guarda relación con el de su
hermana, que desapareció veinte años atrás. Una tercera muchacha desaparecida desencadena
la acción policial para encontrarla sana y salva. Tras pedir un par de
cortados, comenzamos la conversación. Hay silencio en el rincón donde estamos.
Óptimo para grabar palabras. Estupendo para conversar. El piloto rojo de la
grabadora, encendido, señala que podemos empezar. Nos aplicamos a ello.
Jordi, cada cuatro años, como un
reloj, tenemos nuevo libro tuyo, ¿es esta tu tarifa ideal?
La verdad es que no es la tarifa
ideal, pero he de admitir que eso es así. Lo que ocurre es que la vida te
arrastra, te obliga a establecer prioridades y yo le doy preferencia a mi hija.
Pero me he prometido a mí mismo reducir los tiempos de entrega de mi próximo
libro. Veremos si puedo cumplirlo.
O sea que ya no procrastinas tanto como la última vez que
hablamos.
El problema es que cuando estas
escribiendo algo, de repente te surgen otras cosas y te pones a buscar. De
todos modos, te vas dando cuenta de que posiblemente el tiempo cada vez es más
limitado, que tienes mucho que hacer y te planteas qué dejar. Al final, creo
que la solución es mejorar la gestión de las cosas.
Y, ¿de donde surge la idea para
escribir esta nueva historia de Àlex Serra?
Esta novela surge de mi propia
experiencia vital, en el sentido de que me interesa la idea que sobrevuela el
texto que es la pérdida de la inocencia, algo que veo en mi hija, que está
creciendo y ha de ir abandonando cosas para sobrevivir en un mundo más duro y
árido que el de la infancia. El niño que fuimos no desaparece, continuamos
llevándolo dentro y, hablando en términos generales, conserva los recuerdos de
la mejor época que hemos vivido. Incluso los niños, que fueron desgraciados en
esta etapa, conservan ese sentimiento de inocencia del que te hablo. Todos
tienen una mirada limpia y una capacidad enorme de amar u odiar por igual.